Jorge LuisBorges:

    Invocación a Joyc

    Julio Ortega/ Hueso Húmero/ Lima


    El mismo día que cumplía cuarenta años, el 2 de febrero de 1922, James Joyce recibió el primer ejemplar de Ulysses.
    Este 2 de febrero del centenario de Joyce, Jorge Luis Borges habló aquí en Austin y esa simetría no pasó desapercibida.

    Cuando le hicimos notar la coincidencia, Borges pareció complacido. Pero la simetría, el homenaje, sería otro. Como Joyce, Borges ve las cosas bajo la doble luz de las palabras; y si una precisa porque presenta y define, la otra es crítica porque ironiza y compara. Fue, por eso, característico que Borges dijera :"prefiero a Joyce como poeta".
    Joyce había previsto esta paradoja de las simetrías cuando escribió que el Finnegans Wake era, entre tantas cosas, "this sound seemetery".
    Pero también es simétrico el hecho de que Borges haya dedicado en Elogio de la Sombra un poema a Joyce. Se llama "Invocación a Joyce" y representa en él a un paradigma de las vanguardias: aquel que habiéndolo hecho todo de modo memorable, nos ha librado de nuestras propias tentativas.

    Cuando Borges nos dijo que el poeta Joyce es preferible, antes que la ironía estaba la definición : Borges aludía a la música del poema, a la vibración melódica de esa voz de timbre intenso y seguro. Ulysses y FWake también pueden ser leídos como dos extensos poemas hechos de paralelismos, ecos, simetrías y espaciamientos, además del mismo rol del sonido que hace confluir a tantos libros y da de hablar a todos los sentidos. Borges escribe, en todos los sentidos después de Joyce y escribir después de Joyce es empezar siempre al día siguiente, esto es, hay que dar cuenta de un lenguaje cuyos dos extremos, la sílaba y la saga, han sido desatados y disueltos y, a la vez, saturados y multiplicados. En su "Invocación " Borges dice lo menos que uno puede decir sobre la aventura radical de Joyce: Nos ha hecho más libres.

    Invocación a Joyce

    Jorge Luis Borges/ Elogio de la Sombra/ 1969

    Dispersos en dispersas capitales,
    solitarios y muchos,
    jugábamos a ser el primer Adán
    que dio nombre a las cosas.
    Por los vastos declives de la noche
    que lindan con la aurora,
    buscamos (lo recuerdo aún) las palabras
    de la luna, de la muerte, de la mañana
    y de los otros hábitos del hombre.
    Fuimos el imagismo, el cubismo,
    los conventículos y sectas
    que las crédulas universidades veneran.
    Inventamos la falta de puntuación, la omisión de mayúsculas,
    las estrofas en forma de paloma
    de los bibliotecarios de Alejandría.
    Ceniza, la labor de nuestras manos
    y un fuego ardiente nuestra fe.
    Tú, mientras tanto, forjabas en las ciudades del destierro,
    en aquel destierro que fue
    tu aborrecido y elegido instrumento,
    el arma de tu arte,
    erigías tus arduos laberintos,
    infinitesimales e infinitos,
    admirablemente mezquinos,
    más populosos que la historia.
    Habremos muerto sin haber divisado
    la biforme fiera o la rosa
    que son el centro de tu dédalo,
    pero la memoria tiene sus talismanes, sus ecos de Virgilio,
    y así en las calles de la noche perduran
    tus infiernos espléndidos,
    tantas cadencias y metáforas tuyas,
    los oros de tu sombra.
    Que importa nuestra cobardía si hay en la tierra
    un solo hombre valiente,
    qué importa la tristeza si hubo en el tiempo
    alguien que se dijo feliz,
    qué importa mi perdida generación,
    ese vago espejo,
    si tus libros la justifican.
    Yo soy los otros. Yo soy todos aquellos
    que ha rescatado tu obstinado rigor.
    Soy los que no conoces y los que salvas.
     

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    James Joyce
    Jorge Luis Borges/ Elogio de la Sombra/ Cambridge, 1968


    En un día del hombre están los días
    del tiempo, desde aquel inconcebible
    día inicial del tiempo, en que un terrible
    Dios prefijó los días y agonías
    hasta aquel otro en que el ubicuo río
    del tiempo terrenal torne a su fuente,
    que es lo Eterno, y se apague en el presente,
    el futuro, el ayer, lo que ahora es mío.
    Entre el alba y la noche está la historia
    universal. Desde la noche veo
    a mis pies los caminos del hebreo,
    Cartago aniquilada, Infierno y Gloria.
    Dame, señor, coraje y alegría
    para escalar la cumbre de este día.
     

     Texto obtenido en http://www.ariadna.com.pe/chambermusic/AChInv.html