Continuación

    TEXTO DE HAROLD BLOOM

 

Para el gnóstico en Borges, así como para el hereje en su mítico Uqbar, "los espejos y la paternidad son abominables porque lo multiplican y diseminan (al universo)", el laberinto visible pero ilusorio de los hombres. Los gnósticos, lógicamente, se sienten cómodos con Jung, y muy disconformes con Freud, al igual que Borges, y no hay que sorprenderse cuando el argentino, comúnmente caballeroso y sutil, descalifica a Freud tratándolo "ya sea de charlatán o de demente", para quien "todo se reduce a unos pocos hechos bastante desagradables". Los maestros del cuento y la parábola deberían evitar el grabador, pero como Borges sucumbió, el admirador tal vez esté agradecido por la recolección de unas pocas conexiones entre imágenes.

El gnóstico mira en el interior del espejo del mundo caído y no se ve a sí mismo, sino a su doble oscuro, el merodeador sombrío de su fantasmagoría. Dado que el Dios ambivalente de los gnósticos equilibra el bien y el mal en sí mismo, el escritor dominado por una visión gnóstica normalmente también es ambivalente. Borges es un gnóstico en la imaginación, pero intelectualmente es un humanista escéptico y naturalista. Esta división, que ha dificultado su arte, convirtiéndolo en una figura mucho menor que escritores gnósticos como Yeats y Kafka, también hizo de él, sin embargo, un moralista admirablemente firme, como revelan las conversaciones grabadas. orges casi siempre escribió en el espíritu de la observación de Emerson de que el esbozo de dialéctica es más valioso que la dialéctica misma. Mi cuento predilecto entre los que escribió, el cabalístico "La muerte y la brújula", traza la destruc ción de Erik LÌnnrot, un personaje a lo Dupin, cuyo "discernimiento imprudente" lo arrastra a la trampa laberíntica que le puso Red Scharlach el Dandy, un gángster merecedor de Benya Krik de Babel. La grandeza de Borges reside en la dignidad estética tanto de LÌnnrot, quien al momento de su muerte critica el laberinto de su trampa por considerar que tiene líneas redundantes, y de Scharlach, quien apenas antes de disparar le promete al detective un laberinto mejor, cuando lo cace en alguna otra encarnación.


Los críticos del admirable Borges lo tratan con violencia al cazarlo como LÌnnrot perseguía a Scharlach, con una brújula, pero él nos obligó a elegir sus propias imágenes para el análisis. Freud nos dice que: "En un psicoanálisis, el médico siempre le da a su paciente (en mayor o menor grado) la imagen anticipatoria consciente, con cuya ayuda él está en condiciones de reconocer y comprender el material inconsciente". Debemos recordar que Freud habla de terapia, y del trabajo de alterarnos a nosotros mismos, de manera que la analogía que podamos encontrar entre las imágenes del médico y las del escritor debe ser imperfecta. Es más, el analista experimentado, como es el caso de Freud, nos ofrece una sola imagen, mientras que Borges le da a su lector un millar; pero aquí sólo veremos espejo, laberinto, brújula.


Sobre la primera historia que escribió, "Pierre Menard, autor del Quijote", Borges observa que da una sensación de cansancio y escepticismo, de "llegar al final de un período literario muy prolongado". Esto revela que fue su primer relato, al exponer su cansancio del laberinto viviente de la ficción aun cuando recién se aventuraba en él. Borges es un gran teórico de la influencia poética; nos enseñó a leer a Browning como un precursor de Kafka, y en el espíritu de esta enseñanza podemos ver al mismo Borges como otro Childe Roland al llegar a la Torre Oscura, sin desear conscientemente completar la búsqueda. ¿Aca so también estemos condenados a verlo, finalmente, más como un crítico de novelas que como un novelista? Cuando leemos a Borges -ya sea sus ensayos, sus poemas, sus parábolas o sus cuentos- ¿no leemos, acaso, glosas sobre la novela y, particularmente, sobre la autoprotección del escéptico contra los encantos de la novela? orges piensa que ha inventado un nuevo tema para un poema -en su poema "Límites"-: la sensación de hacer algo por última vez, de ver algo por última vez. Es extraordinario que un hombre de letras tan leído pueda pensar esto, ya que la mayoría de los poetas sólidos que viven hasta llegar a ser bastante viejos escribieron sobre este tema, aunque muchas veces con desplazamiento u ocultación. Pero es profundamente autorrevelatorio que un teórico de la influencia poética pueda llegar a pensar que este tema es su propia invención, ya que Borges siempre celebró las cosas en su despedida, siempre fue un poeta de la pérdida. Aunque se reconfortó a sí mismo, y a sus lectores, con la sabiduría de que podemos perder sólo lo que nunca tuvimos, también padeció el malestar de saber que llegamos a reconocer sólo lo que hemos encontrado antes, y que todo reconocimiento es el reconocimiento de uno mismo. Toda pérdida es una pérdida de nosotros mismos, e incluso la pérdida del desenamoramiento, como decía Borges, es el dolor de regresar a otros, no a uno mismo. ¿Es ésta, acaso, la sabiduría de la novela o de otra forma completamente distinta? orges precisamente carece, a pesar del ingenio engañoso de sus laberintos, de la extravagancia del novelista; no confía en sus propios impulsos vagabundos. Se ve a sí mismo como un autoordenador modestamente apto, pero es otro autodestructor edípico. Su adicción a la economía autoprotectora y a la sabiduría abierta de su arte es su propia variedad de la ansiedad edípica y el patrón de sus cuentos traiciona siempre un temor implícito de la novela familiar. El espejo gnóstico de la naturaleza refleja para él sólo el laberinto de LÌnnrot "de una única línea que es invisible e incesante", la línea de todas esas calles encantadas que se desvanecen en el horizonte de la Buenos Aires de su fantasmagoría. El discernidor imprudente guiado por las simetrías de su propia brújula mítica nunca fue lo suficientemente imprudente como para perderse en una historia, para pérdida si no suya, nuestra.



Fragmento del libro The Ringers in the Tower, nunca traducido al español y escrito cuando Borges todavía estaba vivo. (c) Harold Bloom y Clarín. Traducción de Claudia Martínez.