ANTROPOSMODERNO
Asesinos de escritorio. La educación después de Auschwitz
Héctor Valle [email protected]

Que la furia se trasmute en amor a la vida; que el dolor sea el acicate para recordar la enorme grandeza que anida en un momento de amor, en un instante de franca entrega para con el otro...

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Que la furia se trasmute en amor a la vida; que el dolor sea el acicate para recordar la enorme grandeza que anida en un momento de amor, en un instante de franca entrega para con el otro, sea con un ser amado, sea, por qué no, en la cotidiana y común entrega de seres comunes que abren su existencia para comprender y ayudar a otro ser diferente en imagen pero similar en esencia.

Que Auschwitz nos recuerde el horror del hombre, no de un hombre enajenado y demoníaco sino del vulgar ser que puede estar, tanto en nosotros como próximo a nuestra circunstancia. Que no se trata de especimenes raros, de excepciones, sino de la enajenación que parte, sin más, de la primera y definitiva renuncia a nuestra condición humana, a nuestra capacidad de dar cabida a una conciencia moral, no sólo a una conciencia psicológica. Y esto, como veremos, viene dado desde la asunción, irrenunciable, repito, de nuestras libertades.

Porque ser libre confiere antes que privilegios una tarea descomunal, cual es, la de afrontar la vida y sus circunstancias sin buscar refugio en el apagamiento de nuestras obligaciones ni, por caso, en la transferencia de nuestra responsabilidad a otro ser, supuestamente superdotado.

Hablo del superhombre, de ese ídolo que nosotros mismos construimos cuando lo dotamos de atributos que no son otros que la sumatoria de las renuncias de seres disminuidos que prefieren apoyarse en un tótem a mantenerse erguidos en la vida y ante los suyos.


El levantamiento del Guetto de Varsovia

El 19 de abril de 1943 se produjo el levantamiento del guetto de Varsovia, en el que un grupo de jóvenes enfrentó al nazismo por cierto que de manera harto precaria pero con la voluntad de hacer frente, en el combate, al más atroz y deleznable emprendimiento humano: destruir al diferente, eliminando, al mismo tiempo, lo humano, si aun existiere, en el propio verdugo.

Y esto no es ni porque sea judío, ni filo judío, sino y simplemente porque la memoria, desde una conciencia moral activa, no debe dar ni un minuto de respiro a lo sombrío que el hombre, que uno u otro de nosotros, tiene en sí mismo. Porque somos quienes somos toda vez que privilegiamos en nosotros mismos, lo bueno o lo malo, lo abierto a lo cerrado, el sentir al tener, el ser que así deviene, deber ser.

Tampoco dice relación estos apuntes a exteriorizar un sentimiento altruista más o una disquisición a modo de recordación de un hecho histórico. No. No, meramente.





Auschwitz

El productor y director creativo de programas de historia de la televisión británica BBC, Laurence Rees narra, en entrevista al diario español El Periódico, Barcelona, de fecha 03.04.05, respecto de su trabajo recientemente publicado sobre Auschwitz.

Entre otros conceptos, cuenta Rees que al entrevistar a ex jerarcas nazis de los campos de concentración, descubrió que estos, aun hoy, siguen pensando que hicieron lo correcto y, en sus propias palabras ?continúan orgullosos de sus actos?.

Por ejemplo, alega Rees, al entrevistar a Oskar Groening, responsable directo de las matanzas de niños en Auschwitz, se sintió horrorizado al constatar la verdadera mentalidad nazi. Dice, al respecto, lo siguiente: ?Llegado un momento de la entrevista, intenté acorralar a Groening preguntándole cómo era posible que un niño pudiera ser un peligro para un Estado. Ã?l contestó: ´El niño no es un peligro en ese momento. El peligro es la sangre que lleva dentro, que es sangre judía. Esa sangre hará que algún día se convierta en un judío, y entonces sí será un peligro´. Personalmente?, dice Rees, ?aquel fue el mayor escalofrío que sentí en todas mis entrevistas con los personajes nazis que salen en la obra?.

Aun hay más, en este reportaje: Consultado respecto de si el Holocausto está siendo olvidado y cuánto ayudan o no las películas a su recordación más cercana a la realidad de los hechos acaecidos en su tiempo, Rees se manifiesta receloso de tales filmes, al admitir que ?Ese olvido, esa trivialización está sucediendo. Mucha gente cree que lo que ocurrió en aquellos años es como lo cuentan las películas. Y no es así, fue muchísimo más horrible?, manifiesta, certeramente, el periodista británico. Habla de la ?hollywoodización de la historia? la que, a su modo de ver, y nosotros coincidimos, ?es muy peligrosa porque es inexacta y comete graves omisiones.?

De este reportaje, muy bueno por cierto, queremos rescatar, por último, esta intervención en la que Rees, consultado respecto de si luego de conseguir hacer hablar a nazis que antes nunca se pronunciaron sobre su pasado, qué conclusión sacó al respecto. A lo que el inglés respondió lo siguiente: ?Ha pasado el tiempo y muchos de los verdugos han perdido el miedo a decir lo que piensan, es decir, que piensan que actuaron bien. Porque la realidad es ésta: que los nazis que actuaron en Auschwitz siguen estando orgullosos del exterminio judío que llevaron a cabo. Puede sonar a increíble, pero es así. Ellos, los que aun están vivos, siguen pensando que hicieron lo correcto.? Así de claro, así de grave.

Kadish

Volvemos a Jack Fuchs, en el mismo artículo citado, quien a modo de recordación, dice un Kadish, una plegaria fúnebre por todas las almas de los seres sacrificados en Auschwitz.

Para ello, para rezar el Kadish, aquella oración que los hijos pronuncian por sus padres muertos, o como él mejor explica ?(...) la plegaria de los huérfanos que en la tradición judía se repite en el duelo: Yitgadal, veyitkadash shemé raba (Exaltado y santificado sea el nombre del gran Soberano), así comienza?, nos instruye Fuchs, sobreviviente del horror, ?Decir el Kadish y retener en la memoria, esto me queda. Pienso que acaso todos somos hijos del dramatismo indescifrable de la Shoá, que cada judío debería decir hoy una plegaria por las 5400 comunidades exterminadas. Mi Kadish,? se explaya Fuchs, ?quiero decirlo con las palabras de una amiga, Erika Blumgrund, poeta checoeslovaca que vive en la argentina desde 1948.?

Antes de compartir su Kadish, algo queremos significar sobre esta plegaria tan sentida y, por consiguiente de tan honda significación para un judío.

A la muerte del Presidente John F. Kennedy, su amigo, el compositor Leonard Bernstein y su esposa, compusieron para el católico irlandés asesinado, un Kadish, memorable, que incluso la propia mujer del músico tomara a su cargo el recitativo del mismo, mientras su compañero dirigía a la orquesta en tan sentido homenaje al amigo desaparecido.

Es decir, hablamos de la religiosidad en el hombre, de su sentido más hondo y vivo de lo que trascendencia es, por sobre cualquier tipo particular, si bien respetable, respecto de la creencia desde la que parte la plegaria, en este caso, el Kadish.

En tal sentido, creo yo, sin temor a equivocarme, puedo, junto con usted, proferir esta oración, la que citara Jack Fuchs, en referencia a su amiga Erika:

?Itgadal veitkadash shemé raba/ Por vuestras almas estoy orando/ por vosotros/ los que no tenéis sepultura/ digo el Kadish./ Con ceniza cubro todos los días/ mi cabeza/ porque es para siempre/ mi duelo/ por vuestros cuerpos incinerados/ y por siempre acecha el espanto/ en mi corazón./ Millones de vidas/ pretéritas y apagadas/ pero en el recuerdo siguen despiertas/ las caras desgarradas por el pánico/ me persiguen en sueños/ risas burlonas de esos jueces/ ensordecen mis oídos/ por los vapores azules del gas/ apretados unos contra los otros pobrecitos/ hasta sentir cumplidos sus destinos./ Un último grito de muerte ahogado/ y ya todo pasó./ Itgadal veitkadash shemé raba/ digo el Kadish para vosotros/ cuyos restos mortales no reposan en ninguna parte.?

Auschwitz pues, es no sólo un hecho histórico, la consecuencia de una época, nunca su excepción sino y además, un símbolo de la maldad que nace no por artilugios luciferinos o presencias demoníacas sino por imperio de la patología misma de la razón, cuando esta deviene carcinoma por imperio de la entrega de nuestra propia cuota parte decisoria en los asuntos de la comunidad, a manos de otro que toma para sí el poder y permite que aflore lo mezquino y brutal que anida en el espíritu de aquellos hombres que, negados de una auténtica personalidad con contenido ético, optan por aplacar sus grises vidas a influjo de la sangre de los diferentes, culpándolos de las calamidades de una sociedad corrupta y desquiciada y convirtiéndolos, en el mismo acto, en víctimas propiciatorias donde la masa, con espíritu tribal, es decir, con una sola voz, la del amo, asigna castigos y premios, a aquellos y a sí mismos.

Por ello, Auschwitz no fue una excepción ni quedó en el pasado. No. Auschwitz está, irremediablemente, presente en nuestras vidas; alertándonos, aguzando nuestros sentidos de la terrible posibilidad de repetirse, en el sentido de que prospere el mal de la mano de la renuncia del hombre a su responsabilidad social. En tal sentido, entonces, es muy cercana en el tiempo y en el espacio, la posibilidad de que Auschwitz se repita en un contexto diferente, claro está, pero con igual intensidad destructiva para lo humano que el hombre tiene, para su trascendencia.

El hombre permanece erguido, no por ser bíquedo sino por tener conciencia moral. De lo contrario, cae más bajo y más profundamente que el más elemental de los animales, deviene larva humana. Y a ello, a su impedimento, debemos abocarnos.


La educación después de Auschwitz

El admirable pensador alemán Theodor W. Adorno, en conferencia propalada por la radio de Hesse el 18 de abril de 1966, con lo cual, hoy también podemos aducir un recordatorio singularmente propicio, discurría el cofundador de la Escuela de Frankfurt, sobre el tema en cuestión.

Adorno, en tal instancia, establecía que la exigencia de que Auschwitz no se repita es la primera de todas en la educación, precediendo a cualquier otra al advertir, y con ello configurar un nuevo imperativo categórico, uno más y con mayor sentido al dado por él mismo en el ?nunca más Auschwitz?, al argüir que cualquier debate sobre ideales de educación es vano e indiferente en comparación con este: QUE AUSCHWITZ NO SE REPITA.

Y cita a Sigmund Freud, al advertir que Auschwitz fue la barbarie y persistirá en tanto perduren, alega, en lo esencial, las condiciones que hicieron madurar esa recaída, al indicar que precisamente ahí está lo horrible: ?Por más oculta que esté hoy la necesidad, la presión social sigue gravitando. Arrastra a los hombres a lo inenarrable, que en escala histórico-universal culminó con Auschwitz. Entre las intuiciones de Freud que con verdad alcanzan también a la cultura y a la sociología, una de las más profundas, a mi juicio,? establece Adorno, ?es que la civilización engendra por sí misma la anticivilización y, además, la refuerza de modo creciente.?

Seguidamente, el coautor, junto con Max Horkheimer, de la ?Dialéctica del Iluminismo?, refiere otro caso, igualmente atroz, no cuantitativa sino cualitativamente, como es el caso del genocidio armenio que, dicho sea al pasar, constituye, aun hoy día, una de las mayores vergüenzas del Occidente en tanto aun ni siquiera ha sido, oficialmente y a nivel de los máximos organismos internacionales, reconocido como tal.

Con ello, con la cita, casi en el inicio, del genocidio alemán, Adorno da muestra, por si fuera necesario que no lo es, de la altura conceptual y moral con la que encara esta advertencia, esta enseñanza sobre el estar alertas desde la acción esencial a partir de la educación: que esto nos atañe a todos y que no es cuestión ni de una etnia ni menos aun de un credo religioso, hace a la condición humana y a cómo encarar, con visos de credibilidad, una acción que, por lo menos, propenda a la mejor significación de tal condición en el respeto básico elemental y profundo al otro.

De ahí que diga Adorno, en este sentido, que ?el genocidio hunde sus raíces en esa resurrección del nacionalismo agresivo sobrevenida en muchos países desde fines del siglo diecinueve?. De ahí al tratamiento de las problemáticas que perviven en este siglo XXI, medie sólo un paso.


Un giro hacia el sujeto

Adorno nos impele a dar un ?giro? hacia el sujeto. Es decir, según sus propias palabras, que debemos descubrir los mecanismos que vuelven a los hombres capaces de tales atrocidades, mostrárselos a ellos mismos y tratar de impedir que vuelvan a ser así, a la vez que se despierta una conciencia general respecto de tales mecanismos.

Manifiesta el filósofo alemán que los únicos culpables son quienes , sin misericordia, descargaron sobre ellos, los propios asesinados, su odio y agresividad. Esa insensibilidad es la que hay que combatir; es necesario disuadir a los hombres de golpear hacia el exterior sin reflexión sobre sí mismos. Establece, seguidamente, Adorno que ?la educación en general carecería absolutamente de sentido si no fuese educación para una autorreflexión crítica. Pero como los rasgos básicos del carácter, aun en el caso de quienes perpetraron los crímenes en edad tardía, se constituyen, según los conocimientos de la psicología profunda, ya en la primera infancia, la educación que pretenda impedir la repetición de aquellos hechos monstruosos ha de concentrarse en esa etapa de la vida.? Así comienza la cura, así principia la mejora de la condición humana en el hombre, en la educación desde la infancia.

La educación y las dos esferas

Pero esta misma educación debe comprender a todos, en todos los ámbitos. Esto es, al niño en la escuela, como en su casa, y al adulto en su vida social, una educación que lleve consigo un clima, una atmósfera propicia a la obtención de la meta propuesta. Veamos cómo Adorno lo establece: ?Cuando hablo de la educación después de Auschwitz, incluyo dos esferas: en primer lugar, educación en la infancia, sobre todo en la primera; luego, ilustración general que establezca un clima espiritual, cultural y social que no admita la repetición de Auschwitz; un clima, por tanto, en el que los motivos que condujeron al terror hayan llegado, en cierta medida, a hacerse conscientes.?

Nada habrá de cambiar, para bien, si tal educación, no es encarada en el contexto de la vida en sociedad, en la familia, en la escuela y en lo social. Algo que, naturalmente, proyecte una idea de la importancia que anida en el respeto al diferente, en el valor esencial a los afectos, a la consideración del otro, por sobre las cosas. Es decir, aprender ciertamente lo útil de la obtención de ganancias por vía de la producción, de la generación de recursos que admitan que la persona mejore su condición material a la par que establezca bases importantes para el desarrollo humano, hablando en valores, de las gentes, de las diferentes personas que componen, o debieran componer, armónicamente, una sociedad, una comunidad.

Toda otra consideración que tenga por culto el lucro y por medio, el hombre, hará de aquel un tótem y de éste un objeto o, como sucede muy a menudo, un consumidor activo y un hombre enajenado.


La autonomía como fuerza contra el principio de Auschwitz

Avanzamos en la magistral conferencia de Adorno y nos adentramos, más y más en el estudio del hombre. Es así que nuestro pensador, tras advertir que lo que la psicología llama superyó, la conciencia moral, es remplazado en nombre de las ataduras (algo que algunos argüían como justificativo para con los culpables en tanto en cuanto estos seguían órdenes, cumplían, entonces, con su deber, más allá de su propia consideración, de su íntima consideración sobre tales órdenes) por autoridades exteriores, refiere Adorno, alegando que precisamente, la disposición a ponerse de parte del poder y a inclinarse exteriormente, como norma, aclara, ante el más fuerte constituye la idiosincrasia típica de los torturadores, idiosincrasia que no debe ya levantar cabeza. Lo que para nosotros es totalmente de recibo.

Pero tomemos las propias palabras de Adorno, al respecto, para luego considerarlas en su esencia: ?Por eso es tan fatal el encomendarse a las ataduras o sujeciones. Los hombres que de mejor o peor grado las aceptan quedan reducidos a un estado de permanente necesidad de órdenes. La única fuerza verdadera contra el principio de Auschwitz sería la autonomía, si se me permite emplear la expresión kantiana; la fuerza de la reflexión, de la autodeterminación, del no entrar en el juego del otro?, culmina diciendo Adorno, al respecto, en su recordada conferencia.


Combatir la ciega supremacía

Casi a la mitad de su argumentación, Adorno establece con nitidez aquello que él considera crucial en el combate contra la ciega supremacía de todas las formas de lo colectivo, resaltando el problema de la masificación.

Habla, naturalmente, de mimetizarse en la ?tranquilidad? del hombre.masa, de la queda del espíritu y el carácter de la persona en aras de asimilarse, tribalmente, a lo colectivo, previniéndonos de una masificación que luego devendrá en totalitarismos dados, y apoyados, por turbas enardecidas que buscan prosperen ?sus? verdades, ?sus? privilegios en función de raza, credo o cualquier otro carácter etnocentrista que busque demonizar al otro con la consideración de ?bárbaro?, ?escoria? o toda la gama de calificativos tristemente célebres.


La angustia no debe reprimirse

Si bien más adelante hablaremos de los hombres ?normales?, es dable adentrarnos ahora, para seguir la exposición de Adorno sin saltearnos o adelantarnos en sus partes, en la consideración de la angustia y cómo esta es y debiera ser tratada, siendo un factor por demás importante en el carácter de la persona.

Dice Adorno: ?Recuerdo que, durante el juicio por los hechos de Auschwitz, el terrible Boger tuvo un arranque que culminó con un panegírico de la educación por la disciplina mediante el rigor. Este es necesario para producir el tipo de hombre que a él le parecía perfecto. El ideal pedagógico del rigor en que muchos pueden creer sin reflexionar sobre él es totalmente falso. La idea de que la virilidad consiste en el más alto grado de aguante fue durante mucho tiempo la imagen encubridora de un masoquismo que, como lo ha demostrado la psicología, tan fácilmente roza con el sadismo.?

Y aquí ingresa Adorno, en algo a todas luces capital en la educación, según la entendemos nosotros, es decir, en un contexto humanista elevado: ?La ponderada dureza que debe lograr la educación significa, sencillamente, indiferencia al dolor. Al respecto, no se distingue demasiado entre dolor propio y ajeno. La persona dura consigo misma se arroga el derecho de ser dura también con los demás, y se venga en ellos del dolor cuyas emociones no puede manifestar, que debe reprimir. Ha llegado el momento de hacer consciente este mecanismo y de promover una educación que ya no premie como antes el dolor y la capacidad de soportar los dolores. Con otras palabras, la educación debería tomar en serio una idea que de ningún modo es extraña a la filosofía: la angustia no debe reprimirse. Cuando la angustia es reprimida, cuando el individuo se permite tener realmente tanta angustia como esta realidad merece, entonces desaparecerá probablemente gran parte del efecto destructor de la angustia inconsciente y desviada.?

Así, vamos perfilando, con nitidez, la idea que Adorno tiene de la educación después de Auschwitz. Y al tratar el tema del rigor y de la angustia, roza la consideración que el hombre tiene de sí mismo, hablo del género y de su virilidad: cuanto mayor rigor, mayor virilidad, supuestamente, y con ello comienzan a surgir los demonios interiores.
¿Por qué? Por el simple hecho de estar negando el varón, la complementariedad que lo comprende: lo masculino y lo femenino, el tratamiento ponderado y armónico de ambos polos que no deben ser enfrentados sino, lo dicho: complementados, asumiéndolos, serenamente. Pues de no hacerlo, algo muy común en aquella como en esta época, las complejidades de un carácter disociado en su complejidad existencial, provocará, seguramente, proyecciones nefastas de este ser en lo familiar y en lo social. Luego, la advertencia de Adorno cobra mayor sentido.

Finalmente, Adorno, arriba a la formulación de su imperativo categórico, al abordar, consideraciones de índole político y social.

Veamos:

?(...) la educación política?, culmina diciendo en su conferencia, ?debería proponerse como objetivo central impedir que Auschwitz se repita. Ello sólo será posible si trata este problema, el más importante de todos, abiertamente, sin miedo de chocar con poderes establecidos de cualquier tipo. Para ello debería transformarse en sociología, es decir, esclarecer acerca del juego de las fuerzas sociales que se mueven tras la superficie de las formas políticas. Debería tratarse críticamente ?digamos a manera de ejemplo- un concepto tan respetable como el de ?razón de Estado?: cuando se coloca el derecho del Estado por sobre el de sus súbditos, se pone ya potencialmente el terror.?

Luego, el tratamiento así expuesto, sale del exclusivo ámbito de la educación formal, especialmente de la primera, para adentrarse en el entramado social y buscar ?aire? en las manifestaciones cotidianas de las gentes, acercando conceptualizaciones y razonamientos que prosperen en el sentido de dar paso a reflexiones tan íntimas como serenas y apartadas de lo colectivo, para luego sí poder sumar esfuerzos, entre personas, entre pares, que busquen una mejora en valores de todo el conjunto de la sociedad.

Asesinos de escritorio

Ahora sí, culmina Adorno su exposición con estos conceptos: ?Walter Benjamín me preguntó cierta vez durante la emigración, cuando yo viajaba todavía esporádicamente a Alemania, si aun había allí suficientes esclavos de verdugo que ejecutasen lo que los nazis les ordenaban. Los había. Pero la pregunta tenía una justificación profunda. Benjamín percibía que los hombres que EJECUTAN, a diferencia de los asesinos de escritorio y los ideólogos, actúan en contradicción con sus propios intereses inmediatos; son asesinos de sí mismos en el momento mismo en que asesinan a otros. Temo que las medidas que pudiesen adoptarse en el campo de la educación, por amplias que fuesen, no impedirían que volviesen a surgir los asesinos de escritorio. Pero que haya hombres que, subordinados como esclavos, ejecuten lo que les mandan, con lo que perpetúan su propia esclavitud y pierden su propia dignidad... que haya otros Boger y Kaduk, es cosa que la educación y la ilustración pueden impedir en parte.?

La existencia de hombres anónimos, de seres cosificados, permite augurar que Auschwitz, que los Auschwitz, cualesquiera sea su nombre actual o futuro, pueden presentarse en cualquier momento.

Cuando un hombre permite, porque lo permite, que su individualidad pierda en beneficio de la transferencia hacia un supuesto ser superior, iluminado, sea este una persona física o una causa a la cual uno ?se entrega? totalmente, más allá del libre albedrío, más allá de toda consideración propia y crítica de las diferentes situaciones que un compromiso sociopolítico trae consigo; en tales circunstancias, un nuevo Auschwitz estará siendo creado. Y el horror regresará, multiplicado.

Somos nosotros responsables con nosotros mismos y corresponsables con el otro por la suerte del tercero, de ese ser desconocido y no próximo pero que siempre debemos esperar su llegada desde un supuesto afuera a nuestro supuesto ?adentro? a nuestras supuestas certezas de comunidades con nuestras características y también, digámoslo, con nuestras percepciones de lo que las verdades son o podrían llegar a ser.

Las certezas verdaderas son aquellas, creo yo, que dicen respecto de la importancia en la consideración de lo que libertad es: el derecho inalienable del otro a tener espacio y el mío de configurarlo hasta donde el otro no sienta invadida su circunstancia y ambos, complementariamente, sumando esfuerzos en procura de la suerte del resto de los nuestros en un plano, desde un plano igualitario en posibilidades y merecedor de instancias en donde se procure, sinceramente, la mejora en las condiciones de vida de nuestras comunidades.

Los asesinos de escritorio tienen cabida toda vez que una persona no puede o no se permite, vaya uno a saber si por haber sido inculcada, o mutilada, en el concepto del rigor, de la obediencia debida, ser en sí mismo y a partir de sí, el sujeto social que llegado el caso, no busque tapar, esconder, disimular y menos aun, negar, su angustia, pudiendo, en cambio, vivenciarla a fin de poder surgir, aplacada la misma por imperio de una presencia en su esfera de acción, más natural y abierta, experiente ante la adversidad y maduro para asimilar fracasos y victorias sin fanatismos ni totalizaciones, apenas siendo una persona en sociedad.

La educación primaria es la educación primera y toda educación, sea en el aula como en el hogar y en el barrio, debe partir desde la consideración de la persona como un sujeto moral falible y a la vez digno de respeto y proyección. Sin mutilaciones y sin buscar mutilar.

Como dijo Adorno: Nunca más Auschwitz.

Y como dice quien esto escribe: Nunca más una ESMA; nunca más un 300 Carlos; nunca más un 14 de abril, como nunca más un 17 de abril .

Sepamos resolver nuestras diferencias a la luz y mirándonos a los ojos, entre humanos, entre personas, por lo humano que el hombre debe preservar. Aun estamos a tiempo.
Hagámoslo.






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