ANTROPOSMODERNO
El cimiento fracturado y en crisis
Daniel Victor Sosa

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El cimiento fracturado y en crisis

http://www.elarca.com.ar/arca50/arca5007/estado.htm

Las notables carencias del papel del Estado a nivel
mundial trae aparejado una creciente indefensión de
los ciudadanos. Esto constituye un desafío para la
sociedad civil y le impone preservar sus valores más
esenciales: la identidad y la cultura de sus pueblos.

Daniel Victor Sosa

El orden social es una fina película que se rasga a cada minuto para cientos de millones de personas, malvivientes de periferias urbanas a la deriva y;comunidades rurales olvidadas, terreno apto para la anarquía, la criminalidad, la tiranía, las crisis humanitarias y el descontrol sanitario. Es la cara oculta de comunidades que se ?organizan? desparejamente, con diferencias de pocos kilómetros desde las parcelas opulentas y bien servidas hasta los tugurios de los condenados. Un doble fenómeno se contrapone en esas zonas: la creciente ausencia de instituciones estatales y la organización popular, que recrea formas elementales de solidaridad. El Estado permanece ausente de la escena, por carencia de líderes comprometidos con la paz y el desarrollo, falta de recursos humanos capacitados y honestos para administrar el gobierno, o insuficiencia de voluntad política que permita superar conflictos prolongados por generaciones. En otros casos, exhibe un perfil débil e incompleto, debido a su creación reciente, o bien por la constante violencia, anarquía y corrupción. El resultado, entonces, es favorable a grupos facciosos y al crimen organizado: reina la ley del más fuerte. Una tercera situación atraviesa al planeta, a partir del cambio de base tecnológica del sistema económico y la conformación de un nuevo orden productivo. Este, necesariamente choca con las restricciones típicas del viejo Estado de bienestar (burocratizado y generador de un régimen social que pedía como contrapartida el consenso y la disciplina) y exige el desmantelamiento de barreras de acceso a los mercados, tanto para los productos como para los flujos financieros. Sin embargo, no todo está perdido, reflexionó recientemente René Lefort, director del Correo de la UNESCO , la prestigiosa revista de la organización de la ONU para la educación y la cultura. ?Los ciudadanos se auto-organizan, apoyándose en su propio saber hacer, sus tradiciones, sus organizaciones ancestrales y, sobre todo, en su determinación. Nacen así un orden y unos servicios básicos que poco a poco se van imponiendo al margen de las distantes instituciones públicas. La convergencia de fuerzas podría acelerar la emergencia de un Estado poderoso y de derecho?, confió Lefort.

Llenar el vacío

La sociedad civil suple muchas veces las carencias del Estado y preserva lo más esencial: la identidad y la singularidad de cada pueblo. Esto puede verse hoy a lo largo y lo ancho del planeta, inclusive en ciudades saqueadas, arrasadas y divididas, donde sólo subsisten escasos edificios públicos. Según René Lefort, un Estado de derecho es resultado de amalgama entre la acción de auto-organizaciones y el compromiso del poder público. Aunque en la actualidad 189 Estados son miembros de la ONU y prácticamente todos los seres humanos viven bajo la autoridad de un Estado soberano reconocido por la comunidad internacional, es muy desparejo el grado de legitimidad que otorgan los ciudadanos a esos Estados. Grupos armados asesinan, torturan y secuestran civiles en 46 de los 144 países y territorios que figuran en el último informe de Amnistía Internacional. El Estado no cumple allí una de las misiones que le ha confiado voluntariamente la comunidad: el monopolio del mantenimiento del orden. Lo cual se traduce en violaciones de los derechos humanos, inseguridad, asalto a los bienes colectivos. ?Algunos Estados se han convertido en un instrumento de enriquecimiento para una minoría, que no restituye con servicios lo que obtiene de la población en impuestos. La expresión ?Estado ladrón? los cala muy bien. Y aunque se proclamen de derecho, en la práctica algunos de ellos son incapaces de cumplir sus misiones primordiales?, dice Lefort. Frente al vacío y la coerción, añade el periodista de UNESCO, la población puede reaccionar apoyándose en su ?capital social?, en su voluntad de salir adelante y en las organizaciones que crea para lograrlo. Genera así una dinámica de progreso material centrada en dos factores. Por un lado, la lucha contra la pobreza y el sostenimiento de la identidad, tomando las riendas de su destino a partir de sus tradiciones y conocimientos. Y por otro, una acumulación política, a través del desarrollo de una democracia participativa local. La cuestión radica en si es posible que la extensión progresiva de estos poderes locales autónomos sea el camino para construir, esta vez ?desde abajo?, un nuevo tipo de Estado, acorde con las expectativas y las necesidades comunitarias, y por tanto, inevitablemente diferente del tipo de Estado ?importado? de los países industrializados.

Débiles y fuertes

Un caso evidente de Estado débil es el de Colombia. Para Libardo Sarmiento, economista y filósofo de ese origen, la fragilidad institucional por las luchas internas (la violencia se cobró en el año 2000 la vida de 38 mil personas y ocasionó cerca de 380 mil desplazados) ha permitido que grupos armados creen auténticos ?Estados dentro del Estado?. Para este caso, como para muchos otros, es válida la reflexión de Hippolyte Taine, filósofo e historiador francés (1828-1893): ?Por muy malo que sea un gobierno, siempre hay algo aún peor: la supresión del gobierno?.
En Colombia, al igual que en otros países, no existe el Estado de derecho clásico, tal como se conoce en las democracias occidentales. Lo más habitual es ver esbozos manejados por elites excluyentes, que responden a la necesidad de implementa un modelo neoliberal. Esto es, un Estado liviano y eficiente, centrado en el fortalecimiento del capital privado y la adaptación de las economías a las necesidades de la globalización. Las consecuencias han sido profundas crisis en los sectores productivos, y el progresivo detrimento del bienestar de la población.
Del otro lado, si bien en menor medida, aparecen algunos proyectos opuestos, enarbolados por quienes aspiran a construir un auténtico Estado social de derecho, con una relativa descentralización y participación ciudadana, garantizando el respeto de los derechos sociales. Por cierto, esas orientaciones en general tienen rango constitucional, aunque no logran salir de los buenos deseos de quienes redactaron esos textos básicos. La idea es ?un Estado más intervencionista, garante no sólo de los derechos civiles y políticos, sino también los sociales, económicos y culturales?, explica Sarmiento. ?Un Estado más ecologista, que ponga en marcha una verdadera democracia participativa y no meramente delegativa?.
En Colombia, la polarización entre ambas posiciones se enmarca en una aguda guerra interna, cuya vertiginosa escalada desde 1995 explica el alto grado de ilegitimidad y debilidad en que ha caído el Estado. Frente a esta ausencia ?los paramilitares y los grupos insurgentes de izquierda controlan vastas zonas del territorio, mientras la delincuencia organizada avanza en sectores de las grandes ciudades? han surgido grupos para-estatales. Su papel consiste en regular la vida política, social, económica y militar en amplias regiones, donde dirimen conflictos y generan su propio sistema de normas vinculantes. Todo esto, claro está, al margen de las instituciones legales.
Esos auténticos Estados dentro del Estado dictan y aplican leyes, cobran impuestos a los comerciantes, industriales y terratenientes, y llegan incluso a regular la vida cotidiana de los ciudadanos. Estos, a su vez, operan con sus propios códigos de conducta y no reconocen los de los demás. La orientación de las políticas públicas está estrechamente ligada a intereses corporativistas y privados. Por tanto, esas políticas no representan de manera global los intereses de todos los colombianos. No es un Estado con una orientación colectiva y democrática hacia el bien común. ?El mayor de todos los demonios es un gobierno débil?, decía Benjamin Disraeli, primer ministro británico (1804-1881).
En estas circunstancias las consecuencias para la vida cotidiana son graves. La población sufre grandes costos para desarrollar cualquier tipo de actividad, ya sea económica o laboral, pues no cuenta con un capital social de confianza. El ciudadano parte del principio de que no puede contar con un respaldo real del Estado, pues sabe que éste no va a defender sus derechos constitucionales.

Modelo caduco

Para muchos ?no sólo Colombia? el problema es responder a los desafíos de las sociedades modernas globalizadas, sin haber logrado materializar ni un Estado ni una Nación, sin que se hayan llevado a cabo las grandes reformas democráticas en materia de libertades fundamentales y derechos civiles, políticos, sociales, económicos, culturales, ambientales y de autodeterminación. El viejo modelo de Estado caduca día a día bajo el peso de las transformaciones tecno-económicas. Para Juan Torres López, catedrático de la Universidad de Málaga, el debilitamiento del Estado ?y su contrapartida de mayor poder al mercado? es el resultado de la aplicación generalizeda de tecnologías de la información en el aparato productivo.
Desde hace dos décadas se viene sustituyendo el régimen lineal de producción en masa por otro respaldado en la versatilidad, automatización, flexibilidad y fragmentación. Se ahorra mano de obra y se reorganiza el trabajo. El tiempo y el espacio se modifican a partir de la multiplicación de redes de comunicación, la universalización de los medios de tratamiento de la información y la homogeneización y economía de códigos. Las fronteras se difuminan en el espacio único, globalizado, que demanda una nueva forma de regulación, dada la crisis de los modelos keynesianos de la época anterior.
En los ?80 se modificó la lógica de intervención pública a favor de la desregulación, y se produjo la reversión al ámbito privado de actividades rentables bajo dominio estatal, sin que el capital renuncie al impulso gubernamental en la economía.
El nuevo orden tecnológico-cultural, dice Torres López, homogeneizó las categorías claves de pensamiento que se tornan inexcusables en cualquier lugar del mundo: mercado, competitividad, globalización, individualidad, y que vinieron a sustituir a los códigos válidos para las décadas anteriores (Estado, solidaridad, desarrollo). Las nuevas reglas ganaron sobrada legitimidad social y política en los ?90, tras el derrumbe del mundo socialista, que dio lugar a la creencia generalizada de que ya no había ninguna otra opción posible. Sin embargo, las sucesivas crisis financieras, así como la debacle ecológica que afecta al planeta, muestran que el Estado sigue siendo necesario para hacer respetar los más elementales equilibrios sistémicos.
En el centro del debate actual, la hipertrofia de flujos financieros?desproporcionada respecto de los movimientos de la economía real, y mucho mayores que los que pueden movilizar los propios gobiernos para controlarlos? ha llegado a conformar un espacio privilegiado de ganancia. Cada vez más los enfoques críticos dicen que la globalización no es un proceso integrador: sólo tiene que ver con el mega crecimiento del capital financiero y el control de los recursos tecnológicos como de la producción cultural, que se expande para homogeneizar pautas de consumo y consolidar mecanismos de dominio.
?El Estado tradicional ?dice el profesor español? se debate entonces entre fuerzas centrífugas que se manifiestan en el incremento de las desigualdades y exclusiones de todo tipo. Aumenta cada vez más la explotación: las transferencias desde el trabajo al capital, desde la periferia al centro y desde los grupos de población más pobres hacia los más ricos alcanza montos gigantescos y desconocidos en otras épocas. Los monopolies tecnológicos contrastan con la degeneración del empleo, la urbanización compulsiva y el desequilibrio ambiental?.
Una paradoja de esta situación es que la fuerza coercitiva de los organismos internacionales recicla el debilitamiento de los Estados nacionales. Otra paradoja es que se acentúa la brecha que separa al grueso de las naciones con el bloque tripolar: Estados Unidos, Europa y Japón concentran el 83 % del PBI mundial, el 82 % del comercio y el 86 % del consumo privado. ¿Acaso el Estado decae también en este vértice del poder? Todo lo contrario; como en un juego de suma cero, o como está a la vista en el reparto de riquezas y medios productivos, lo que unos pierden lo concentran otros.

Violentos y desarmados

Otro tema complejo para el Estado es el que plantea la expansion de la criminalidad y las mafias. Según Alex P. Schmid, responsable del departamento para la prevención del terrorismo de Naciones Unidas, en Viena, la aparición del crimen organizado es sintomático de un malestar generalizado de la sociedad, que no se expresa necesariamente en un debilitamiento del Estado. ?El crimen organizado florece donde las relaciones entre las instituciones y la sociedad están deterioradas. Ahora bien, existen Estados fuertes en sociedades débiles y viceversa. Y el Estado fuerte, como tal, es perfectamente compatible con la existencia de organizaciones criminales. Por lo demás, no es excepcional que el Estado sea el instrumento de regímenes criminales?, advirtió Schmid. En términos más generales, acotó el experto, cuando las relaciones entre el Estado y la sociedad se deterioran, aumenta la influencia de sociedades paralelas de todo tipo que se sustraen ?al menos en parte? a la ley general. Así sucede en el plano político con los movimientos de liberación; en el religioso, con las sectas milenaristas; en el criminal, con la mafia. Eso se ve claramente en ciertas situaciones, por ejemplo al término de los conflictos. Luego, existen mecanismos que afianzan la influencia del crimen organizado. En primer lugar, las convergencias de métodos, que facilitan su coexistencia con los Estados: algunos servicios secretos emplean las mismas prácticas clandestinas que las organizaciones criminales: corrupción, chantaje, eliminación física... Otro tanto sucede en tiempos de guerra, con los movimientos de resistencia. Incluso victoriosos, no todos sus miembros llegan al poder. Algunos se transforman en delincuentes. Por lo demás, se conocen muchos casos en los que el crimen organizado y sectores completos del Estado mantienen, en la sombra, relaciones de intereses. A cambio de una impunidad ?al menos relativa? el primero proporciona electores y financia las campañas electorales. Suele ser necesario que un régimen se derrumbe para que pueda medirse la importancia del crimen de cuello blanco. Prácticamente no pasa un día en que los diarios no reflejen la caída de alguno de estos personajes, que se encuentran en las más altas esferas del Estado. ?Saben mantener una aparente legitimidad, manipula las leyes y las instituciones. Ninguna figura del hampa tiene esta técnica. Numerosos Estados nacidos tras el derrumbe del bloque soviético fueron saqueados en gran escala por antiguos burócratas o aventureros de nuevo cuño. Hubo agentes de los servicios secretos que utilizaron sus redes con fines criminales. Se estima que en la actualidad la mafia rusa opera en más de 50 países?, precisó Schmid. De hecho, las sociedades abiertas ofrecen ?excelentes oportunidades? al crimen organizado. Por caso, las privatizaciones y desregulaciones han abierto nuevas posibilidades. La evolución de los mercados financieros internacionales desde los años ?70 permite blanquear dinero a escala mundial. En muchos países, las empresas privadas de seguridad tienen más personal que la policía, sin ajustarse al mismo marco legal. Esta tendencia es inquietante, a juzgar por la pésima fama de algunas de esas empresas. Para mitigar algunos de los efectos desfavorables para la sociedad civil, el experto de la ONU recomendó:
?eliminar la corrupción dentro de la policía;
?dotarse de servicios de información eficaces;
?suscitar una amplia adhesión de la opinión pública en la lucha contra la criminalidad;
?reducir las dimensiones del mercado negro;
?controlar la inmigración con métodos legítimos;
?combatir el desempleo.
?Es indispensable, además, que los que ocupan cargos de elección popular y los altos funcionarios rindan cuentas; que la corrupción y el blanqueo de dinero se combatan enérgicamente. Cuando los que ejercen el poder son irreprochables y se preocupan por el bien común, la lucha contra el crimen organizado gana en eficacia. La situación actual de Palermo ?ejemplificó Schmid? demuestra que es posible invertir la tendencia, incluso en el feudo de la mafia?.
En esa misma ciudad del sur italiano, justamente, 124 países firmaron en diciembre pasado la Convención contra el crimen organizado, que facilita la cooperación entre Estados. Además, está actualmente en estudio una convención contra la corrupción, y la Unión Europea trabaja en un proyecto regional contra la cibercriminalidad.

¿Fin o principio?

Está claro que poderes y soberanías tradicionales se ven erosionados aceleradamente por una pinza: de un lado, sistemas autóctonos de gobierno más adaptados a las realidades locales; del otro, una mundialización asentada en progresos tecnológicos y hegemonies políticas hoy incontrastables. En ese contexto, una cuestión aún en debate es si esta merma del poder de los Estados, e incluso el hundimiento de algunos de ellos, es sólo un fenómeno provisional, secuela de la conclusión de la Guerra Fría. ¿O será el principio del fin de la era de las organizaciones políticas centradas en el Estado? ?Lo más probable ?dice Ken Menkhaus, profesor de Ciencias Políticas en Davidson College, Estados Unidos? es que el Estado tarde mucho en desaparecer, entre otras cosas porque sigue siendo la piedra angular en la que reposa el sistema político internacional actual?. La ironía es que para algunos pueblos, el Estado es a la vez absurdo e indispensable. Menkhaus observa una tendencia a que la vida política se mueva en dos niveles: en uno habrá ?Estados de papel? ?estructuras jurídicas tenues, formales y frágiles? que seguirán invocando una soberanía que no podrán ejercer en la realidad, pero que la comunidad internacional pide y seguirá reconociendo. ?Bajo la superficie del Estado de papel, la otra vertiente de la vida política ?un mosaico desordenado, cambiante, innovador, a menudo informal, de organizaciones políticas locales? seguirá filtrándose y evolucionando, y suministrará al menos algunos servicios públicos: ley, orden y sanidad. En este nivel actuarán las organizaciones no gubernamentales locales, los movimientos religiosos, los grupos de vecinos, las asociaciones comerciales, los clanes y la mafia, y todos ellos encontrarán un fuerte apoyo. La dificultad para el mundo exterior consistirá en aprender a trabajar de modo constructivo con esta evolución política, de creciente complejidad?


?Cuando las relaciones entre la sociedad y el Estado se deterioran aumenta la influencia de entidades paralelas de cualquier naturaleza.?

?Estados de papel, con estructuras formales y frágiles, seguirán invocando una soberanía que no podrán ejercer en la realidad.?

?El Estado tradicional se debate entre las fuerzas centrífugas
de las desigualdades y las exclusiones de todo tipo.?


El peso del crimen organizado

He aquí algunos datos tomados de un informe de un grupo de expertos del gobierno de Estados Unidos:
* Blanqueo de dinero: anualmente se blanquea un billón de dólares, la mitad procedente del tráfico de drogas. Un ex director del Fondo Monetario Internacional estimaba que el blanqueo representaba 2 a 5 % del producto mundial bruto, o sea un total de 800 mil millones y 2 billones de dólares.
* Droga: en 1999, los estadounidenses gastaron 63
mil millones de dólares en drogas ilícitas.
* Tráfico de seres humanos: en 1997 se introdujeron ilegalmente en Estados Unidos 50 mil mujeres y niños, es decir 6 a 7 % del total mundial. Al parecer, un tercio de este tráfico procede del sudeste asiático (225 mil mujere y niños, aproximadamente). También en 1997, la ONU estimaba que el tráfico clandestino de mano de obra afectaba a 4 millones de personas en el mundo, con una cifra de negocios de 7 mil millones de dólares.
* Materias primas: se calcula que el comercio ilícito de materias primas aporta entre 5 y 8 mil millones de dólares de beneficios a organizaciones criminales. Cerca de 75 % de la producción mundial de diamantes en bruto procede de Africa
y representa 5.200 millones de dólares anuales. En 1998, 13% de la producción total de diamantes africanos fue extraída de manera ilegal por parte de movimientos insurgentes. En Rusia, la extracción y venta de 300 toneladas de ámbar, parcialmente .en manos de organizaciones criminales, da una ganancia anual estimada en mil millones de dólares, según la prensa.
* Automóviles: se calcula que el mercado de vehículos robados representa entre 10 y 15 mil millones de dólares al año.
* Piratería: los actos de piratería en alta mar acarrean al parecer pérdidas financieras que ascienden a 450 millones de dólares anuales.

Juntos, para sobrevivir

En Haití, Afganistán o Guatemala, como en decenas de ciudades y pueblos de los cinco continentes, los habitantes menos favorecidos han encontrado variadas formas para llenar el vacío político y social que trae aparejado el derrumbe del Estado.
Esas iniciativas incluyen a mujeres y hombres, niños y ancianos, y van desde la auto-organización en cooperatives .y mutuales solidarias para abastecerse de agua potable, eliminar desechos y proveer otros servicios elementales, hasta la unión en grupos religiosos que se ocupan de la seguridad, la distribución de alimentos y la atención médica.
Algunas organizaciones locales son financiadas desde el exterior y sostienen la reapertura de escuelas en países devastados por las guerras. En otros casos, frente a Estados decadentes y predadores, la población desarrolló progresivamente sus mecanismos de autorregulación y de autodefensa para sobrevivir.
Un sinnúmero de asociaciones campesinas, de barrio, profesionales o confesionales (religiosas o sectarias) promueven los intereses comunes y defienden derechos frente a los apetitos de lo que queda del Estado, o incluso frente a otras asociaciones.
Pero esta auto-organización tiene sus límites. El sector económico informa permite, como mucho, sobrevivir; y eso, en los escasos márgenes que deja la ley del más fuerte.
Por lo demás, la pobreza y el desempleo crónico ?en asentamientos precarious e ilegales, instalados sobre ríos o barrancos- reciclan fenómenos de violencia de todo tipo, que inclusive rompen los mecanismos de solidaridad familiar cuyo papel es primordial.
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De lo local a lo nacional

Somalia es el arquetipo de Estado ausente: es el último territorio del planeta donde no hay Estado nacional, sencillamente, ni siquiera en el papel, desde 1991. Ni gobierno nacional, ni funcionarios, ni banco central, ni servicios públicos ?empezando por la policía y la justicia? ni siquiera nacionalidad, jurídicamente hablando, puesto que el pasaporte somalí, que cualquiera puede comprar por 30 dólares, no es reconocido en ningún lado.
Es más, el país está dividido en tres zonas: Somaliland en el Noroeste, Puntland en el Nordeste, y el Sur del país, que sigue en guerra. En Mogadiscio ?o más bien en la parte de la ciudad que controla?, el flamante gobierno nacional transitorio, surgido en agosto de 2000 de la conferencia de paz reunida en Arta (Djibuti), funciona en algunas habitaciones de hotel (a expensas de generosos hombres de negocios). No lo reconoce ningún gobierno occidental, aunque muchos de ellos lo ?alienten?, lo impugnan los jefes de Somaliland y de Puntland, y lo combaten las fuerzas que han sumido al país en el caos: los caudillos de la guerra y sus milicias.
Pese a los conflictos armados y a la precariedad social, en Somaliland y Puntland reinan desde hace años una estabilidad y una seguridad relativas. Según los observadores, tal vez se esté recomponiendo una nación y constituyendo un nuevo tipo de Estado, gracias a un proceso único, \"autocentrado\", \"endógeno\", de abajo hacia arriba, de lo local hacia lo nacional. Precisamente, los doce intentos de la Liga Arabe, Egipto y Etiopía de reconciliar y reunificar Somalia fracasaron porque pretendían restablecer un Estado de corte clásico, \"desde arriba\", por medio de un acuerdo entre los caudillos de la guerra. La estructura básica de esta sociedad es el clan, dividido en múltiples subclanes. La institución fundamental es el shir, la reunión de los jefes de clanes. Fueron shir sucesivos, ampliados gradualmente para incluir familias de clanes, los que permitieron instaurar una administración autónoma en Somaliland, con su policía, su ejército, su justicia, sus funcionarios, su moneda y su prensa pluralista.
La economía funciona prácticamente sin ayuda exterior. La dinamiza una nueva generación de hombres de negocios en los que este mini-Estado delega ciertos servicios generalmente públicos. Actuando como civiles contra los militares, los shir han logrado neutralizar e incluso eliminar a los caudillos. Y, sobre todo, la autoridad pública es considerada legítima porque, por un lado, sus leyes se basan en el derecho consuetudinario ?y, cada vez más, en el derecho coránico? y por otro, porque no se impone a los clanes, sino que emana de ellos: respeta escrupulosamente sus equilibrios.
¿Dará resultado este primer intento de dotar a Somalia de una autoridad nacional, a partir de sus estructuras sociales y de su cultura?¿No habrán querido sus promotores avanzar demasiado rápido, volviendo la espalda a una postura más gradual, consistente en aglomerar poco a poco zonas correctamente autogobernadas hasta abarcar el conjunto del territorio?
Una cosa es cierta: la implicación de todos los estamentos de la sociedad somalí es tan fuerte que sólo cabe decir que el futuro está en sus manos.








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