ANTROPOSMODERNO
Realidad Social y Psicoanálisis
Rafael Paz

De las diversas cuestiones implícitas en un tema como el que nos reúne, examinaremos la relación entre concepciones de la subjetividad que se desprenden desde el psicoanálisis

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Realidad Social y Psicoanálisis
Rafael Paz


De las diversas cuestiones implícitas en un tema como el que nos reúne, examinaremos la relación entre concepciones de la subjetividad que se desprenden desde el psicoanálisis y la realidad social, así como la controvertida vigencia del método psicoanalítico frente a la magnitud de las necesidades y demandas psicoterapéuticas.

De ahí que densas problemáticas, como por ejemplo las incursiones explicativas del psicoanálisis en el campo de la cultura -y que reverdecen en momentos de crisis- serán apenas rozadas en este desarrollo.

Como marco virtual de nuestro análisis se hallará presente una diferenciación que nos parece esencial en el seno de aquello que intuitiva y globalmente se entiende por psicoanálisis: 1) su método clínico; 2) la teoría psicoanalítica; 3) la institución del análisis (no ésta o aquélla en particular sino el conjunto formativo, de transmisión y de elaboración privilegiada de mensajes sociales atinentes al psicoanálisis, más allá de las peculiaridades de escuelas, estilos, reglamentaciones, grados de oficialización).

Estas tres dimensiones tienen entre sí, como es obvio, conexiones sumamente estrechas, pero son diferenciables tanto por su estructura como por el desarrollo relativamente autónomo de sus cuestiones y por la diversidad de conexiones con otros planteos y prácticas.

La realidad social suele hacerse presente en el universo de problemáticas psicoanalíticas cuando ostensibles circunstancia ?externas? se vuelven innegables. Así ha ocurrido con las adicciones, la emigración, la adolescencia, las crisis sociales generalizadas.

De modo tal que la presentación de ?lo social? en un sistema nocional como el sustentado habitualmente por las instituciones psicoanalíticas suele ser a la manera de catástrofe, crisis o descubrimiento desconcertante.

Esto va de acuerdo con concepciones extensivas de la realidad social, que suponen factible su recorte dejándola fuera del circuito teórico-práctico-institucional que en la elaboración interna de problemáticas y en la coexistencia de diversos planos de disputas realimentan las ideas de fuerte autonomía del territorio psicoanalítico.

No habría hasta aquí demasiadas diferencias con los límites habituales de cualquier práctica organizada en nuestras sociedades, pero en el caso de la institución del análisis y la ideología que en ella se reprocesa, s potencia un especifico efecto de cierre e ilusión de completud por la densidad humana de las cuestiones que se trabajan, así como por la movilización -en la clínica- de formas arcaicas de espacialización (genéricamente hablando, narcisistas) que fácilmente se proyectan al todo de la actividad, convergiendo con los modelos individualistas dominantes.

Las denominamos extensivas, pues para ellas lo social comenzaría más allá del circuito de intimidad reglada de la clínica y de las elaboraciones conceptuales pertinentes.

Ilusión cuyas raíces profundas anclan en la división social y técnica del trabajo y en las representaciones ideológicas preponderantes de compartimentación tajante entre la vida privada y pública, que se refuerza pues efectivamente hay determinaciones específicas no reductibles recíprocamente entre los ámbitos personal, psicosocial y macrosocial.

Pero ocurre que esta diferenciación -necesaria, y producto histórico de un largo desarrollo de la noción de subjetividad generalizada (o sea no reducida a la de los señores)- queda transformada fácilmente en recorte de esferas en las que no podrían transitar ni reflejarse las contradicciones sociales.

Tales ideas, que acompañan sin excesivas zozobras los ?ejercicios profesionales? en el vasto reino de lo obvio de formaciones sociales en las que las contradicciones profundas son exitosamente ocultadas por la perdurabilidad institucional y el mantenimiento inercial de las rutinas (democracias burguesas desarrolladas), fracasan periódicamente y a veces, como ahora en nuestro país, de manera muy honda.

He aquí una de las fuentes de esa típica nostalgia de los analistas de aquel lugar (Londres, Boston, Amsterdam...) donde la propia identidad podría constituirse cabalmente, pues el trabajo de recorte ya viene dado y no es necesario rehacerlo cada día. En otros casos la nostalgia tiene matices, pues se supone que habría que luchar en terrenos movedizos, pero ?por ideas? o en frenesíes institucionales (París), muy distinto a la anomia, la fragmentación del poder, la incertidumbre generalizada que impregnan nuestra cotidianidad.

Pensamos que a la autonomía relativa del dominio psicoanalítico -efectivamente existente y consistente- es preciso fundarla conceptualmente y en la red contradictoria de sus relaciones, situado como se halla en el cruce de las disciplinas de la cultura con aquéllas de la ?cura?. Todo lo cual exige similar profundidad para considerar ?lo social?.

Si lo hemos puesto hasta ahora entre comillas es para marcar el modo genérico en que suele ser concebido: como un real indiscernible -en el mejor de los casos un conjunto inestructurado de factores- que se haría presente de manera espasmódica o insidiosa, perturbando lo que sin esa intervención constituiría el trajín de un oficio sobrellevando solamente los sobresaltos -que son muchos y variados- de la singularidad humana atravesada por la angustia, el miedo, la culpa.

Siguiendo a Freud, la intersección de los conceptos de inconsciente, transferencia psicosexualidad (infantil) son los que permiten, en la trama de sus implicancias, definir el dominio de pertinencia psicoanalítico.

En efecto, ellos dan cuenta de características estructurales y procesales de la subjetividad que otros dispositivos ocultan o diluyen, y fundan la congruencia con aquellas condiciones de transformación que constituyen el método psicoanalítico: asociación libre y atención flotante, los que permiten operar, en transferencia, con los recursos instrumentales de la interpretación, la construcción, el señalamiento, el desentrañamiento, las interrogaciones.

Desde ellos, además, se pueden plantear disidencias en el interior del dominio, reformulando y desarrollando otros sistemas de conceptos fundamentales (Grundbegriff)-

La autonomía relativa del campo psicoanalítico se constituye entonces a partir de modos definidos de convocar las instancias constitutivas de la subjetividad, las que se hicieron pasibles de reconocer, diferenciar y ceñir en un dispositivo de transformación en momentos históricos que se abrían al conocimiento de las determinaciones exteriores de la forma individual subjetiva.

La crisis teórico-ideológica de la concepción de sujeto como núcleo sustancial de responsabilidad, asimétrica en su desarrollo, se correspondió con el auge de las ciencias en su conjunto, por lo cual las explicaciones causal-determinísticas avanzaron sobre el coto de la libertad concebida como ausencia de coerción exterior.

Es perfectamente legítimo el discernimiento de las estructuras de la subjetividad hecho desde el psicoanálisis, teniendo presente que, esencialmente, su método se funda en una potenciación del decir que desarticula los modos habituales de composición subjetiva y disloca la corporalidad erógena y fantasmática albergada en sutiles y tenaces redes de relaciones (de coerción, de depositación, de dependencia, de transgresión); los anidamientos secretos se conmueven y se activan las retorsiones pulsionales y las defensas consiguientes.

Todo lo cual facilita, en las situaciones favorables, el desanudamiento de las transacciones consolidadas y la reconstitución de nuevos -inestables, más ostensibles y expuestos-sistemas de compromiso (neurosis de transferencia).

Las distorsiones (reconocimiento/desconocimiento), por privilegio explicativo asignado a determinado eje de acontecimientos, o la exclusión de otros (desconocimiento liso y llano) como precisamente suele ocurrir en lo que hace a vicisitudes sociales en su refracción en el interior del sistema, son efectos hasta cierto punto inexorables.

Lo paradojal del asunto y que cabe asumir en toda su complejidad es que el invento freudiano tiene posibilidades tales, que da lugar a circuitos de verosimilitud entrelazados en los que, a la par de procesarse aspectos fundamentales de las verdades singulares, se transforman en descartables no sólo hechos sociales en el sentido ostensible y descriptivo de la palabra sino de la vida misma del paciente, que desde el ángulo del sentido común arrasarían con las coordenadas de un procedimiento al parecer tan tenue y vacilante.

Ocurre ,que se promueve un posicionamiento exterior al propio sistema de urgencias, lo que se parece mucho a un cierto ideal de sabiduría, pero sustentado en este caso en un formidable dispositivo de cobijamiento y traslación de responsabilidades (el analista/institución del análisis).

Lanzado el despliegue asimétrico de los espacios heterogéneos constitutivos de la vida psíquica -otro de los modos de definir el proceso analítico- se transgreden las escalas de perentoriedades instauradas y normatizantes (éste es a mi juicio el sentido más profundo de lo lúdico del análisis).

De este modo la temporalidad de los reclamos obvios y de la angustia se transforma heterocronías coexistentes, y un paciente acechado por una crisis laboral y por las generales de la ley de las incertidumbres nacionales puede estar preocupado/ausente en relación con demoras de minutos en su llegada a sesión.

Este absurdo -pensado desde ciertos niveles consensuales- nos muestra, en rigor, las notables posibilidades de condensación y desplazamiento en el movimiento imprevisible de la significancia, así como los recursos con que contamos -no digo dominamos- en el plano de la eficacia clínica.

Muchos de estos problemas son ?con sus particularidades- los de dispositivo científico, pero el punto delicado reside en que en el caso del psicoanálisis los límites de la propia pertinencia son muy difíciles de acotar y, más aún, que muchas actitudes, manifiestamente prudentes y medidas, catapultándose en aquel poder de la clínica que arriba decíamos se acompañan de una secreta idealización de las magnitudes explicativas del psicoanálisis. Esto adquiere un movimiento incoercible cuando la institución psicoanalítica responde a la convocatoria que surge desde las entrañas de la formación social y elabora -a menudo ciegamente- retazos del discurso antropológico occidental.

A propósito: el psicoanálisis sólo aparentemente nació restringido a ser un método de cura acompañado de un conjunto modesto de hipótesis ad hoc: La empresa freudiana estuvo desde el inicio atravesada por la ambición de constituir un verdadero ?proyecto? alternativo frente al campo de la así llamada ?psicología académica?.

Pero además, la tendencia a erigirse en explicación generalizada de lo humano, tanto en lo centrifugo de la sincronía, abarcando instituciones, grupos, la sociedad entera y sus producciones cuanto en lo histórico de los orígenes, las perdurabiIidades y las transformaciones, es inherente a la matriz ideológica en la que se gestó y donde su potencia critico-interpretativa halló vías de facilitación: los sucedáneos escéptico-deconstructivos del pensamiento occidental caído acerca del hombre.

Es crucial tener presente que el hecho de asumir estas problemáticas no obedece a una contaminación indeseable, idea congruente con la de que un podamiento de las superfetaciones ideológicas eliminaría las complicaciones surgidas al mezclar en los odres de la cientificidad psicoanalítica dudosas consideraciones ideológicas. Se trata de algo mucho más profundo y generalizado: el relevo en la elaboración ideológica que asumen las más variadas instituciones, producida la ruptura de la hegemonía antes sustentada en el eje religioso-universitario y en las usinas políticas enmarcadas entre el liberalismo y la social-democracia.

Situación que no eliminaba disputas y disensiones, pero conteniéndolas en un horizonte de problemas que es sobrepasado por el predominio de las pautas surgidas ~ del avance del capitalismo monopolista de estado, que impregna por supuesto que suscitando fuertes contradicciones y no de modo lineal-todos los órdenes de la vida humana.

De ahí que en su hegemonía la antigua y valiosa presencia de espacios de realización personal y de tiempos lúdicos y elaborativos para la digestión de las contingencias de la vida, la reverberación de las alegrías, la elaboración de los duelos, el arduo y lento posicionamiento personal en el mundo de la simbólica familiar, se vean profundamente perturbados. La sociedad en su conjunto se halla impedida por las relaciones objetivas de poder y los valores que de ellas dimanan, de hacerse cargo creativamente de la compleja y nueva tarea histórica de plantear opcion válidas, consistentes y perdurables en las dimensiones más profundas de realización humana.

Desde estas perspectivas puede dimensionarse, a la vez, el valor del psicoanálisis en la recomposición e innovación del pensamiento científicamente fundado acerca del hombre y también sus posibilidades teratológicas, avanzando sobre los lugares vacíos dejados por las nociones caducas y las liturgias disminuidas y rellenándolos, por ejemplo, con una antropología edípica, con un conjunto banal de propuestas madurativas o con cierta embriaguez filosofante (relevo de la analítica existencial de postguerra pero ya sin Sartre o Gabriel Marcel).

O también, y de modo más sutil, porque tiene mucho de atractivo, constituyéndose en espacio libertario frente a la cultura y la vida regidos desde los requerimientos crecientes de la velocidad de circulación en el mercado, la standarización de los goces, la apropiación disolvente de la intimidad, camouflada por el uso propagandístico de los antiguos emblemas.

Es aquí donde se sitúa, en la clínica, ese ?plus? de dependencia que complica mucho la tarea de los psicoanalistas en nuestro medio. No se trata, en una suerte de cuantificación lineal, de ?algo más? que en otras partes u otras épocas y circunstancias: es todo un sistema referencial y de sentido el que se imbrica en la trama del análisis, trozos circulantes de ligámenes y pertenencias fallidos motorizados desde los miedos, las omnipotencias asignadas y los fantasmas de siempre pero que como nunca buscan fácticamente concretar el ideal de un nuevo origen.

Es visible -creo- el desafio ?topológico? que se nos plantea teórica y prácticamente, pues en las profundidades de los reclamos primordiales y las novelas familiares en movimiento convergen las quejas cotidianas y los anhelos circulantes en la superficie social de ?querer empezar todo de nuevo?.

Este encuentro del psicoanálisis, en el corazón de sus elaboraciones, con el conjunto de requerimientos ideológicos que arriba decíamos, es asumido de manera dispar por las instituciones y el saber psicoanalítico. En algún momento lo fue de manera alborozada, con la consiguiente administración de opiniones respecto a las más variadas cuestiones de la vida (educación de los niños, sexualidad, pautas de éxito...); ahora -por lo común- de modo mucho más prudente y vacilante.

Lo cual no obedece solamente a un proceso interno de ?maduración?, sino, justamente, a una caída en las posibilidades de proyectos liberalizantes optimistas, como eran los encarnados por los sectores sociales en los que el psicoanálisis se desarrolló: en nuestro caso fracciones intelectualmente abiertas y cosmopolitas de la pequeña burguesía urbana.

Aunque la magnitud del problema tiende a soslayarse en el seno de las instituciones psicoanalíticas -la intensidad de la ?vida interna? y la tendencia a constituirse en institución total (en el sentido de Goffman) coadyuvan mucho en tal sentido- se cuela por diferentes grietas, que la compactación más o menos cientificista o una suerte de estolidez ?justificada-por-la-densidad-de-la-clínica-y-locomplejo-de-la-formación?, no bastan para cerrar.

Dejando de lado los sacudimientos institucionales a que esto da lugar, cuyo examen exigirla un desarrollo pormenorizado, en el plano de la elaboración ,conceptual se trasunta en respuestas variadas, pero tensadas desde dos polos nítidamente diferenciables: en uno de ellos lo esencial es un esfuerzo de recorte que si se acompaña de una negación sistemática de las complejidades que transitamos adviene a modalidades cientificistas de tipo operacional, huyendo de cualquier generalización teórica por el riesgo de tocar los bordes quemantes donde el juego complicado de tomas de partido comenzaría.

Pienso que si bien la empresa preconizada por esa tendencia está irremisiblemente condenada como proyecto general, representa -aunque absolutizado- un tipo de movimiento necesario como momento de cierre en una autonomía relativa, puesto que todo no está presente en todas partes y del mismo modo, y eso vale para las ideologías.

Concebir a lo ideológico instalado de modo uniforme y homogéneo en todos y cada uno de los aspectos de una actividad -concepción que suele ser sustentada desde posiciones ?de izquierda?- es, curiosamente, recaer en concepciones emanacionistas, cuasi místicas, ?impregnación ideológica?, muy distinto a entender la ideología (en rigor lo contradictorio de las luchas que allí tienen lugar), como una constante estructural que suscita efectos diferenciales en todas y cada una de las prácticas sociales.

El otro polo tiende a asumir el problema en toda su magnitud mediante un esfuerzo de recubrimiento de todos los diámetros imaginables en los que se planteen interrogantes referidos a la subjetividad.

Es el caso de Lacan -y uno de los secretos de su vigencia inquietante- pues su obra se halla atravesada por la tensión existente entre la recaída en la construcción antropológica y la renuncia a aceptar esa misión, mediante trastocamientos periódicos de los ejes conceptuales y un esfuerzo constante para regular el procesamiento teórico desde la negatividad -verdadera heurística de la carencia- intentando así evitar la sutura. ¿De qué?: del ideo-logos, del teo-logos, del_antropo-logos.

La cuestión reside ?decantación modesta de la grandilocuencia de los años 70- en contribuir a la fecundidad parcelar de elaboraciones desde la especificidad de un ensamble teórico-metodológico donde juegan verdades acerca de lo humano definibles en una red trasmisible y consistente, que navegan en el espacio vacío dejado por aquellas grandes síntesis perimidas y, en tanto clínica, en la inagotable postulación de otra lectura, que define la interminabilidad esencial del análisis.

Ser de entraña social no supone la dilución en la fluidez de un magma despersonalizante sino afirmar la primacía metodológica ?y ontológica si se quiere- de la socialidad como lecho primordial constitutivo de la singularidad. De otro modo se cae, una y otra vez, en la postulación de esencias separadas que luego se intentan unir.

Freud, al enunciar la dominancia teórica de la libido sobre la autoconservación abrió -en el campo psicoanalítico- la posibilidad de un análisis relacional de la estructuración de la subjetividad; dio así fundamentos para superar el sustancialismo biologista, por ejemplo, aún cuando no es garantía per se para el mantenimiento coherente de una actitud dialéctica.

La transformación del cuerpo (humano), masa de organicidad abiertamente programada, de reflejos incondicionados, en cuerpo erógeno, es el modo genérico psicoanalítico de definir la apropiación/transformación de la individualidad biológica en sujeto humano por la sociedad, a través de a mediación necesaria de los otros. Los otros, seres de trato y significancia, en los que precipitan tiempos históricos diversos por los caminos de la herencia simbólica y situados en un determinado proceso social objetivo que los constituye.

Tal individualidad biológica, huérfana en su vulnerabilidad originaria, liga al nuevo sujeto al conjunto que lo socializa en el camino secuencial y azaroso de una serie de negaciones necesarias: ente desamparado que trueca su ser mediante la maternización imprescindible; complemento materno negado a su vez en la efracción diferenciante (?paterna?) y, finalmente, el lanzamiento al espacio tiempo de la socialidad exogámica.

Desde la apropiación, entonces, en el espacio primordial de anidamiento, a otras definidas por circuitos de intercambio crecientemente anónimos, en los que el goce se vincula al usufructo contingente a diferencia de la dupla narcisista inicial.

Por lo tanto, nunca se estuvo fuera o antes de la sociedad; en todo caso, los ?antes? son significantes en los que precipitan los rastros yo-ideal esenciales para la sobrevivencia, la gestación de vida psíquica imaginante y la función transubjetiva de retransmisión del mito unificado del origen.
El psicoanálisis, por un movimiento progresivo de recorte, explora la subjetividad por los caminos en que la misma se muestra constituida-paradojalmente si se quiere- por los efectos más radicales de alteridad: práctica de la intimidad en la forma de sus ritos y en la reserva de sus intercambios que se constituye desde la fuerza que en el seno de lo propio tiene la remanencia de los otros.

Por otra parte, el fuerte de los universales psicoanalíticos radica en el descubrimiento de los efectos constitutivos de la diferencia entre los sexos y la perdurabilidad de los mismos y de las estructuras normativas desde las comunidades primitivas.

Pensar al sujeto como del inconsciente, radicalmente extrañado por lo tanto de aspectos esenciales que lo constituyen, junto a reconocer la recién dicha inercia histórica de las redes simbólicas que se reinscriben en modos de producción diferentes, posibilitan el riesgo de eternizar estrucrturas.

Esto, unido al cierre necesario para que el método psicoanalítico sea posible y que surge de las características y temporalidades propias de los objetos que constituyen su campo, perfecciona ?tiende a hacerlo- la clausura en una asocialidad no ya metodológica, relativa y cribada sino plena y científicamente convalidada.

En relación con estas cuestiones es que con ?el inconsciente está estructurado como un lenguaje?, fórmula que aunque deja en las tinieblas exteriores las insistencias pulverizadas del Ello fue fecunda y necesaria en un momento de un itinerario y, sobretodo con ?el inconsciente es el discurso del Otro?y ?el deseo del hombre es el deseo del Otro?, Lacan rompe la fascinación recentrante y fisura la compacidad del cierre que arriba dijimos, al situar la discusión en el plano de la alienación.

En ese sentido decimos con Badiou que es nuestro Hegel.

Pero es fundamental precisar que existen procesos determinantes de la subjetividad que no poseen un carácter subjetivo. De ahí que situar el campo del Otro como determinación esencial señala, en el recinto mismo de la singularidad, la articulación sobredeterminada por donde embragan efectos normatizantes de sociedad a través del discurso parental instituyente.

Pero, eventualmente, oculta el carácter objetivo de fuerzas y relaciones sociales no personalizables en ningún grado de abstracción.

Precisamente, y eslabonando con lo que arriba dijimos, uno de los últimos bastiones de la resistencia narcisista ante el avance del conocimiento en las determinaciones de la subjetividad es la de asignarles a todas un carácter -en última instancia- personalizado: es el viejo sueño antropomórfico y, sin duda, una conmovedora nostalgia de Dios.

El poder siempre se encarna en formas humanas y las figuras de las ideologías se potencian en el fluir argumental de los fantasmas inconscientes y preconcientes, pero las fuerzas productivas no están constituidas por las energías formidables de un alguien y las relaciones de producción no son reductibles a lazos discursivos.

Si en esos planos de análisis cabe hablar de sujetos -asunto controvertido- se trata de algo muy distinto: clases, capas y fracciones de clase que engendran en el choque de sus contradicciones antagónicas y no antagónicas formas históricas de la individualidad, matriz necesaria de las subjetividades sobre las cuales el psicoanálisis trazará sus abstracciones y trabajará sus posibles.

En síntesis: no hay un Otro del Otro, pero sí es factible la descomposición -metodológico- de lo connotado por ?Otro? como sistema de efectuaciones subjetivantes no discernible exclusivamente en el espacio teórico psicoanalítico.

La profundidad innegable alcanzada por el psicoanálisis respecto a los problemas que se dirimen en su clínica cuando se suma ?como en nuestro ,medio- a una hegemonía prolongada respecto a otras corrientes, tiende a constituirlo en modelo de toda psicoterapia y práctica afín, o en piedra de toque de su valoración.

Por otro lado entre nosotros tuvo influencia decisiva en la modernización del campo de la ?salud mental?, frente a un sistema psiquiátrico predominantemente rígido y atrasado.

La ,cualificación de ?dinámico? agregada a distintos menesteres ?psi? representó ?a partir de los años 50- un implícito de actitud abierta, anticustodial, sobre la base de nexos, de filiación directa o de inspiración, con la institución psicoanalítica, única en aquellas épocas y llena aún de impulsos creadores y notables pioneros.

Igual ,ocurrió con la psicoterapia de grupo, el psicodrama en sus corrientes mayoritarias e incluso la psicología institucional, de modo tal que sobre prácticas muy distantes y distintas de la psicoanalítica tradicional regía su modelo.

Diferente a otros países, en los cuales la aparición de corrientes psiquiátricas renovadoras con empuje propio brindó un marco legítimamente y de diversificación vocacional no sometido al procesamiento psicoanalítico de los saberes y al poder dimanante de la asignación de jerarquías, resorte muy profundo y sabiamente; jugado por las instituciones psicoanalíticas en la lucha por la hegemonía.

Al no constituirse de manera estable ámbitos sólidos de reglaje identificatorio alternativo, la contradicción entre los valores asignados a la práctica privada del psicoanálisis individual y ?en algunos casos- el ejercicio creador de adecuaciones a las posibilidades de instituciones públicas o privadas, frecuentemente espasmódico y rodeado de un halo inexorable de improvisación meritoria, perduró, atravesando modas, rupturas, refundaciones.

Por otra parte, terapeutas psicoanalizados reciclan ineludiblemente el sistema de valores que sustenta aquella contradicción. En el caso específico de quienes están en formación lo peculiar de la misma ?punto vulnerabilísimo para algún cultor de las tesis del psicoanalismo o análogas, pues se asemeja al círculo perfecto- hace que exista una marcada discronía entre el tiempo de sus análisis personales y el de su práctica en, por ejemplo, hospitales o centros de salud mental.

Además, tales terapeutas, jóvenes por lo común, carecen de la experiencia personal de haber terminado su análisis, lo cual ?para decir de modo muy sintético algo altamente complejo- los ubica en una situación estructural de idealización del (propio) psicoanálisis, que sin duda ayuda a ?vérselas? con los pacientes ?una de las claves de éxitos asombrosos en situaciones graves- pero realimenta un clima institucional de ambigúedad, de transitoriedad generalizada. Lo que se incrementa cuando muchos pacientes, provenientes de capas medias empobrecidas, acuden a los hospitales a psicoanalizarse.

Es probable que la profundidad de la crisis que atravesamos conmueva niveles de ejercicio profesional que poseen una gran inercia; entiendo que se plantean tareas inéditas para los psicoanalistas que no pensamos en soluciones liquidacionistas o en un refuerzo de actitudes elitistas, favorecidas por el bombardeo de técnicas superficiales e irrespetuosas de la singularidad y que coadyuvan de hecho a consolidar la clausura psicoanalítica como retablo de humanidad milagrosamente perdurante.

Se hace necesario: a) replantear la indicaciones clínicas del psicoanálisis; b) profundizar -digo profundizar y no caer en algún vértigo erudito o descalificatorio a priori- la cuestión de las intervenciones psicoanalíticas no convencionales; c) propender al desarrollo de experiencias terapéuticas por parte de psicoanalistas ya formados, en distintos tipos de instituciones, no meramente como supervisores o docentes. A propósito, efectuar esas tareas en el recinto de las instituciones psicoanalíticas es negativo, pues se extraterritorializan y cierran la pinza del doble mensaje: ?allí la fragmentada empiria y la generosidad, aquí la ciencia: quédense y vengan?; d) favorecer el conocimiento, por los psicoanalistas, de desarrollos que hubieran fascinado a Freud (neurofisiología, por ejemplo) no para su dominio sino para evitar el despliegue ?a veces patético- de omnipotencias sustentadas en la ignoracia y, en el fondo, en debilidades conceptuales que dan lugar a psicogenetismos anacrónicos y síntoma de un error de consecuencias: pensar que le psicoanálisis se sitúa en los márgenes de otras ciencias; e) abrir espacios en el seno de las instituciones psicoanalíticas para el debate acerca de sus fundamentos y de la dialéctica concreta de las relaciones de poder en las que juegan, evitando el nefasto corrimiento francamente reaccionario o de vacuidad prescindente, que a la larga desvitaliza ?lo específico? y que surge de transportar el plano político el legítimo movimiento clínico de excentración-lectura-excentración.

Quizá la sobrevivencia misma del psicoanálisis como práctica organizada se dirima en relación con estas ?y otras- cuestiones.

[publicado en las actas del 2do. Congreso Metropolitano de Psicología, Bs. As., 1983]



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