Cuatro notas sobre clínica psicoanalítica, ciencia y arte

Massimo Recalcati

Publicado el: 2015-06-05

    


Querría proponer cuatro notas sobre tres vértices de la clínica psicoanalítica, de la ciencia y del arte a través de los cuales consideraremos en Bilbao Las políticas del síntoma. ¿Por qué estos tres vértices? ¿Sobre qué convergen? ¿Qué permiten evidencia

 

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Querría proponer cuatro notas sobre tres vértices de la clínica psicoanalítica, de la ciencia y del arte a través de los cuales consideraremos en Bilbao Las políticas del síntoma. ¿Por qué estos tres vértices? ¿Sobre qué convergen? ¿Qué permiten evidenciar?

Primera nota: Una clave de lectura

Políticas del síntoma es un modo de indicar tratamientos posibles de la pulsión de muerte. El goce que habita en el síntoma es de hecho, como ha indicado Freud, una manifestación del Todestrieb ?goce irreductible a la castración-, del que sin embargo el síntoma mismo es ya una forma (significante) de tratamiento posible, de ?lazo? en la teoría freudiana. En la época dominada por el discurso capitalista la pulsión de muerte parece emerger con una fuerza inédita justamente porque el acento puesto en un goce separado de la castración favorece en lugar del ?lazo? del síntoma, el pasaje al acto mortífero. Un punto de intersección entre ciencia, clínica psicoanalítica y arte viene dado en efecto por la emergencia de la pulsión de muerte como verdadero focus del nihilismo contemporáneo.

Segunda nota: la ciencia

El nexo entre ciencia y nihilismo es un tema trabajado de modo particular por Heidegger. Su tesis es que el nihilismo sea la esencia de la técnica como fundamento de la ciencia. En la ciencia contemporánea ?orientada como nos enseña siempre Heidegger de la técnica como voluntad de dominio- asistimos a la afirmación de la cultura de la especialización cuantificadora que anula la dimensión ética, particular, incomparable, de la subjetividad. La categoría de cantidad se impone como criterio guía de la acción técnico-científica. La cultura de la especialización que triunfa en todos los campos del saber técnico-científico es un efecto de esta hegemonía del ?factor cuantitativo? (hago notar que con esta expresión Frued definía la manifestación irreductible de la pulsión de muerte). Si por consiguiente, la ciencia en su deriva de especialización se mueve elevando el ?número? a paradigma de la eficacia de su acción, el dominio del factor cuantitativo termina por reducir a la nada todo principio ético, el sujeto es reducido a un cálculo estadístico. Esto es lo que Jacques-Alain Miller en Delfos ha definido como el carácter ?post-humano? de la época contemporánea. Es este un primer nivel en el que se revela el empuje a la muerte que habita en el discurso de la ciencia: las prácticas técnico-científicas en su aplicación protocolaria abolen la particularidad del sujeto (la cual reaparece sin embargo como resto ineliminable justamente sobre el borde de estas prácticas). Esta abolición es el alma inconsciente del higienismo contemporáneo. El rostro escabroso del higienismo contemporáneo es de hecho el rostro de la destrucción más que de la rehabilitación, en el sentido en el que inevitablemente, como nos ha enseñado magistralmente la anorexia contemporánea, la exasperación de la cura de sí, de la propia identidad, lleva inevitablemente a la destrucción de sí. Es lo que el primer Lacan evidenciaba en los términos del carácter profundamente suicidario del narcisismo. En efecto, el empuje a la muerte intrínseco al higienismo contemporáneo, encuentra su fundamento último justo en el aumento de la rigidez de la categoría de identidad. Esta identidad ?este culto contemporáneo de lo individual- es antagónico de la dimensión del sujeto tal como el psicoanálisis la define. Permanece de hecho como algo crucial para una discriminación de las políticas del síntoma mantener diferenciados el nivel del sujeto ?que los procedimientos técnico-científicos tienden a suprimir- del nivel individual, que el discurso capitalista anima astutamente como mónada narcisista. La identidad de lo individual contemporáneo es ?para usar términos bionianos- una identidad como asunto de base, o sea una identidad rígida, impermeable, obtusa en la feroz defensa de sí misma. Este efecto de enyesado de lo idéntico es una cara esencial de una política contemporánea del síntoma y de su relación con el empuje a la muerte.

Tercera nota: la clínica psicoanalítica

Con la definición de ?clínica monosintomática? he intentado definir en los inicios de los años noventa una particular política del síntoma caracterizada por la compulsión a lo idéntico. Su fundamento social está en el carácter epidémico (de masa) que esta política produce, y que se evidencia en los llamados nuevos síntomas. En la cínica monosintomática la elección del síntoma no responde ya -como ocurre en la política neurótica del síntoma- a un criterio de subjetivación sino a un criterio de asimilación. La compulsión a lo idéntico da lugar de hecho a agrupaciones reunidas a partir de lo que unifica y no de lo que diferencia. El carácter subversivo (y subjetivo) del síntoma está velado. La elección del síntoma tiene lugar en el nombre de una homogeneidad imaginaria, de una identidad constituida a partir de un trazo común (es lo que Eric Laurent (1) define de forma precisa con los términos de ?comunitarismo identitario? ). El síntoma contemporáneo tiende a no fracturar ya la identidad ?no una manifestación del sujeto barrado ?sino que consitutuye más bien su apología. Está más ligado al S1 que al S barrado. Se trata de un resurgimiento de lo particular forcluido de la afirmación del universal anónimo del discurso de la ciencia. En tal resurgimiento lo individual es aquí solo una parodia de lo singular en cuanto pierde la orientación hacia el Otro haciéndose rígido en sí mismo. Existen varias formas contemporáneas de esta rigidización fundamentalista de lo individual. ¿Cuál es du denominador común? El paradigma de la inmunidad nos ofrece una indicación. Es un paradigma que muestra (en contraste con el de una ?comunidad? posible) cómo la defensa excesiva de la propia especificidad individual lleva inevitablemente consigo la destrucción de la propia existencia (2). El fundamento metapsicológico del paradigma inmunitario es de hecho la compulsión de repetición de Freud que no casualmente pone escabrosamente a la luz como la verdadera naturaleza de las llamadas pulsiones del Yo se encuentran en el Todestrieb. Es de hecho la misma radicalización de las pulsiones de autoconservación lo que conducirá a Freud a la teorización de la pulsión de muerte, y así a la formulación de una biología paradójica donde la defensa encarnizada de la vida conduce a su negación más maligna. Como se ve estamos en el corazón de la paradoja que habita en el higienismo contemporáneo.

La clínica de la monosintomaticidad tiene como presupuesto la ?vaporización? de la función orientativa del Ideal edípico (3) y su efecto de rigidización anti-subjetiva de lo individual. De ahí la transformación evidente en la política contemporánea del ?monosíntoma?: el síntoma no corroe la identidad individual sino que la cementa, actúa como operador inmunitario de lo idéntico, y no como manifestación de una diferencia irreductible y conflictiva respecto al programa de la Civilidad. El grupo monosintomático es un grupo enfermo, en el sentido en que no es creativo, no se constituye a partir de la diferencia, no se funda sobre la particularidad subjetiva, sino sobre una falsa homogeneidad. En general, una clínica de los grupos ?incluso de los grupos sociales- implica el diagnóstico sobre la capacidad creativa del grupo mismo, o sea de poner cada vez en cuestión la propia identidad. Preservar esta posibilidad de transformación implica preservar esta posibilidad de la tyché. El grupo monosintomático es en cambio el grupo en estado de automatón permanente, es por lo que es necesario introducirles la función del analista como función capaz de introducir en lo homogéneo del monosíntoma la diferencia como fundamento de otra política posible del síntoma que incluya al sujeto.

El paradigma inmunológico pone de relieve la degeneración del identitarismo en el momento histórico de máxima expansión del Universalismo. La compensación monosintomática indica una forma de la política contemporánea del síntoma que repara la vaporización de la identificación vertical al significante Ideal. El monosíntoma es de hecho una declinación de la identificación en la época del Otro que no existe (4).

Cuarta nota: el arte

El vértice del arte contemporáneo se presta a interrogar las políticas del síntoma. Antes que nada permite plantear la cuestión del estatuto de la sublimación en la época contemporánea. La sublimación, habría que preguntarse, ¿es todavía un destino posible de la pulsión? Este interrogante sobre el destino de la sublimación sugiere una extraña convergencia de ciertas tendencias del arte contemporáneo con una cierta política del síntoma contemporáneo. Esta convergencia viene dada por la exclusión de la mediación simbólica y de la imposición, tanto en la obra de arte como en el síntoma, de una práctica pulsional funcionando directamente en lo real (lo que hay de nuevo en el síntoma como en el arte contemporáneo, es su rechazo radical del símbolo).

En esta perspectiva la tesis hegeliana de la muerte del arte conoce actualmente un desarrollo imprevisible, una especie de verdad segunda. Para Hegel el arte estaba destinado a la muerte precisamente por un defecto de orden simbólico: en la obra de arte la espiritualización de la materia no garantiza nunca su anulación simbólica resolutiva. La problemática de la muerte del arte es un modo hegeliano de nombrar el resto de real inasimilable a lo simbólico. Hegel anunciaba la muerte del arte en la medida en que pensaba que el arte estaba destinado a ser suplantado por la potencia del concepto; el arte resta una manifestación sensible de la Idea destinada a ser superada precisamente, por el rigor del concepto, por la afirmación pura del logos. El arte muere porque no se ha adecuado a lo absoluto que querría expresar. La línea analítica del arte contemporáneo, que encuentra su expresión sintomática en el conceptualismo, y la línea expresionista, que encuentra una expresión igualmente sintomática en el Body Art, exhiben dos salidas posibles de la muerte del Arte. El conceptualismo ?como se ha hecho notar desde varias partes- puede ser presentado como un modo de realizar la profecía hegeliana en positivo: el arte desemboca en la operación conceptual, se convierte en teoría, se realiza como puro concepto, como gesto de la nominación.

Al lado de este destino de la muerte del arte se manifiesta sin embargo otro, quizá más cruento y sintomaticamente significativo. La muerte del arte se realiza en este segundo sentido como agresión a la idea misma de la forma ?modernista? de la obra de arte. Se entiende que esto es golpear en el corazón mismo el arquitrabe de la estética hegeliana; el cuerpo excluido retorna, a través del rechazo, lo feo, la repulsión, lo abyecto, la llaga. Sin embargo este retorno de lo real del cuerpo termina por producir un colapso de la estructura simbólica de la obra. En efecto, gran parte del arte contemporáneo desafía a lo simbólico en nombre de lo real, pero este real es el real aterrador de la Cosa que se impone psicóticamente sin ninguna mediación simbólica. Es el horror sin velo. De este modo el real mudo de Das Ding se materializa en el cuerpo del artista y en sus laceraciones. Aparece en las suspensiones de Stelarc, donde el cuerpo del artista es alzado en el vacío con ganchos de acero, en los cortes sobre el cuerpo de Gina Pane y de Frank B., en las deformaciones tecnológicas del cuerpo a las que se somete Orlan. La llaga del cuerpo se exhibe fuera de ninguna veladura. Lo que contrasta radicalmente (pero sólo como su contrario especular) con la teoricidad abstracta de la nominación conceptual. El conceptualismo encuentra, en otras palabras, en el realismo psicótico del Body Art ese mismo real que pretendería vaporizar. La llaga individual del cuerpo niega la teoría del universal que pretende emancipar lo simbólico de lo real. Pero esta exhibición ostentosa de lo real ocupa el lugar de una abdicación total de la forma. Encontramos aquí una política del síntoma propia de la época contemporánea: el lenguaje es ?traición del ser? (según un dicho de Artaud que no por casualidad constituye una autoridad intelectual para diversos artistas del Body Art) de un ser vital que estaría más acá del lenguaje. Es el mito psicótico y perverso de un origen no contaminado de la cultura, de un ser de goce incorrupto que rechaza el carácter necesariamente ?inhibido de la meta? de la pulsión.

La oscilación entre un simbólico emancipado de lo real ?no por azar J. A. Miller ha hecho notar una vez que la fórmula lacaniana ?la palabra es la muerte de la Cosa? puede ser asumida como un ideal programa conceptualista cuya esencia fue anticipada por Duchamp (5)- es un real que se impone como un absoluto fuera de lo simbólico ?exhibición de lo real del cuerpo y de su abyección que caracteriza al Body Art- describe en el campo del arte una polaridad sintomática que tiene como su bisagra la emergencia nihilista de la pulsión de muerte. En la forma extrema de la mutilación del cuerpo, de su destrucción real, o en aquélla más nirvánica de una letalidad universal del significante que disuelve vida en un nominalismo aséptico.


1) E.Laurent, Ornicar? Digital, n°224

2) En Italia es Roberto Esposito el que ha teorizado en un reciente trabajo el paradigma immunitario como paradigma esencial de la contemporaneidad, Cfr., Immunitas. Protezione e negazione della vita., Einaudi, Torino 2001.

3) J.Lacan, Nota sull?universalismo, in La psicoanalisi, n°32, Astrolabio, Roma 2003.

4) Incluso la filosofía política es sensible en la percepción de esta paradoja: la disgregación del Uno del poder acentúa en cierto sentido la globalización como renovación del Uno pero, al mismo tiempo, genera impulsos particularistas de afirmación de formas de identidad contrarias a toda universalización. Entrambos regímenes, el de la universalización y el de la clausura particularista, se reparten la dificultad de acceso a una dialéctica posible entre universal y particular

5) J.A.Miller, Commento a Funzione e campo della parola e del linguaggio in psicoanalisi, in Quaderni milanesi di psicoanalisi, n°8-9, Milano 1996, p.8.












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