El orden moral y el sentimiento de culpa como procesos civilizatorios en el mundo occidental

Miguel Angel Maciel González

Publicado el: 2004-03-08

    


Nada vale la pena, oh amor
mío lejano, sino el saber
qué suave es saber que nada
vale la pena.
FERNANDO PESSOA

 

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I. Introducción

Una de las partes constitutivas de la filosofía de Friedrich Nietzche, es aquella que se ubica dentro de la crítica a los valores que configuran a la religión cristiana, y cómo éstos van expandiendo su dominio y expectativas para crear la noción simbólica del occidente moderno, que, bajo mi interpretación resulta ser una de las piezas clave del llamado proceso civilizatorio.

Debemos aclarar -antes de comenzar a discutir la relación entre moral cristiana y civilización- que el cristianismo es en primera instancia una representación social de la realidad, es decir, un conjunto de imágenes que permiten interpretar, explicar y ordenar los fenómenos, las circunstancias y los individuos que se encuentran en un entorno próximo cercano . En este sentido (como ya lo veremos), el ser cristiano construye una filosofía y unos principios orientados directamente al reconocimiento, salvación y compasión de todos aquellos espíritus desvalidos que han sido sometidos a la destrucción y privación de su integridad física, económica, social y/o emocional.

Si estos significados que produce la cristiandad sólo se quedan en el interior de las estructuras imaginarias de quienes les dieron origen (la casta sacerdotal), no pueden ser fijados y/o posicionados dentro del ambiente sociohistórico, porque les hace falta un sustrato material que le otorgue cuerpo, y por ende cierto nivel de trascendencia. Por ello el cristianismo desprende su representación social y la coloca en un medio que le permite ?hablar? por sí mismo y por los ?demás?, me refiero específicamente al lenguaje.

Este dispositivo de simbolización tiene la capacidad de prescribir caminos, es decir, indica rutas de todo aquello que puede ser dicho, contado, relatado, pero también proscribe caminos (limita las posibilidades en el orden del decir, a través de intereses de quien ejerce el poder institucional de la palabra). El lenguaje está atravesado por un componente simbólico (que dice), y dentro del primero un nivel referencial (los términos designan objetos) y un nivel estructural (lo verbal que se dice tiene un sentido) .

El cristianismo emplea la palabra sacerdote (en lenguaje verbal y/o escrito), con el propósito de remitirse a un objeto social/referente, y al mismo tiempo le otorga un significado de representante de Cristo en la tierra, y por ello de protector y redentor (con investidura eclesial), que ejecuta (conjuntamente con otros recursos), los valores propios de esta religión. Así cuando la representación social emerge a través de formas simbólicas , no sólo tiene la función de dar a conocer la manera en que se está interpretando la realidad, sino también ejercer cierto tipo de jerarquización a propósito de ella mediante tramas de significación que articulan prácticas y acciones alrededor del acontecimiento.

Al indicar esta dimensión, entonces estamos hablando que la religión cristiana ha encarnado una identidad propia, es decir, ha podido desarrollar un sistema que organiza el mundo a través de símbolos, los cuales logran nombrar, significar, y producir comportamientos habituales que proveen certeza y seguridad a quienes o llevan a cabo. Dicha estructura de acciones y lenguajes es mejor conocida como cultura.

Un rasgo importante de todo proyecto cultural (incluyendo el cristiano), es que no sólo descansa en su capacidad reflexiva de dar sentido y reinterpretar figurativamente los contenidos de una situación en general, sino que coexiste evolutivamente con otros fondos de sentido, por ello la realidad social del ser humano esta entrecruzada por múltiples heteronomías significantes que luchan en la arena de la vida cultural y de los lazos sociales para defender su perspectiva de observadores de la realidad. Entendemos con ello que cada visión referencial moviliza procesos discursivos para justificar y legitimar los sentidos existenciales de la vida humana.

?Legitimar es en último término marcar nítidamente distinciones entre lo propio y lo impropio desde la óptica de un grupo social, dentro de las significaciones válidas para todos? Por esta misma circunstancia toda cultura que implementa estrategias para validar y promover sus universos simbólicos, siempre está tentada por el poder y la hegemonía, de ahí entonces que la religión cristiana despliegue ordenamientos narrativos que intenten influir y/o afectar a los convencidos y no convencidos de su fe, por medio del uso/consumo de los valores morales.
Los fundamentos de la moralidad se convierten en la principal forma de teorizar y practicar el cristianismo.

Esto le ayuda a diferenciar quienes tienen un espíritu fiel y piadoso con la sacralidad religiosa, y quienes tienen que pagar por sus pecados.

La moral como forma simbólica separa -como diría- Francis Bacon el trigo y la cizaña, esto es, aquello que florece sin malicia, contra toda mala yerba que barrena los campos ?sosegados? y fértiles del alma humana.

La cuestión sería entonces dentro del parámetro de la historia social, establecer quienes ocupan un sitio ?privilegiado? por ser ?buenos? y quienes han caído en la situación de ?desprestigio? y por ello son evaluados como los ?malos?. Para ello debemos de rastrear en Nietzche los antecedentes de lo bueno en lo concebido antes de la consolidación del cristianismo.

II. La inversión de sentido de los conceptos morales de ?bueno? y ?malo? como una forma de configurar el proceso de la civilización occidental

En el terreno de identificación histórica del desarrollo y evolución de los conceptos morales, el filósofo alemán Friedrich Nietzche enjuicia la posición atemporal de los psicólogos ingleses para identificar el origen de la bondad y la maldad. Para estos autores toda actividad carente de egoísmo era considerada como buena (es decir por aquellos individuos que de algún modo le servían de algo), posteriormente estas acciones al convertirse en hábito, costumbre y directriz cotidiana, fueron tomadas con naturalidad como buenas .
Antes bien para el autor de El Anticristo. ??¡el juicio ?bueno? no procede de aquellos que se dispensa ?bondad?! Antes bien, fueron ?los buenos? mismos, es decir, los nobles, los poderosos, los hombres de posición superior y elevados sentimientos quienes se sintieron y se valoraron a sí mismos y a su obrar como buenos, o sea como algo de primer rango, en contraposición a todo lo bajo, abyecto, vulgar y plebeyo? .

El hecho de esta afirmación para nuestro pensador, es que el ser bueno no se registra en cuanto a que si reporta alguna utilidad, es decir, lo bueno no es en los hombres realizar alguna cosa para que esta rinda determinados frutos, sino que implica la proyección individual de una voluntad de poder, de superioridad y dominio, una capacidad de definición propia mediante sus creencias, y la forma de llevar a cabo éstas sin ningún remordimiento, porque precisamente son valoradas como buenas. La contraposición que era lo malo se entendía en aquellos seres que rutinariamente obedecían una jerarquía, por estar imposibilitados a la reafirmación de su yo particular. El bueno para este filósofo germano, era el noble y el aristócrata, el primero significa etimológicamente el que ?es?, el segundo da el sentido a ?anímicamente privilegiado? .

Estas dos identidades definen precisamente la fuerza y la entereza de alguien, quien con sus atributos de grandiosidad, conquista las obras que está empeñado a terminar, a costa de la debilidad de aquellos que lo juzgan por no poder hacer lo mismo.

Con el transcurrir del tiempo aparece una clase que logra asirse al poder e impregnar su sentido valórico a lo bueno y lo malo, nos referimos a los sacerdotes, quienes a través de su función de corregir las conductas de los Individuos, inician el camino para poner en práctica a la religión cristiana, mediante una nueva moral distinta a la anterior, y que en cierta forma resulta ser uno de los elementos constitutivos de lo que llamamos el proceso civilizatorio.

Los sacerdotes se distinguen por ser curanderos de almas y designan para esto todo aquello que un cristiano debe hacer para ser puro y abstenerse de lo impuro.

En la lógica de esta religiosidad, la pureza esta derivada de contraer hábitos que conserven el estado físico y afectivo de una persona, por medio de renunciar a lo que moralmente se considera un exceso y que es perjudicial para el espíritu de un individuo. Dicho en otras palabras, una vida que corrija el desenfreno de toda actividad sin límites por un estado de control que a larga lo conserve y lo cuide para que obtenga la felicidad suprema en un lugar celestial que le proveerá de todo amor y cariño otorgado por y desde la eternidad.

Esta forma simbólica que define un destino cuasiprofético en los hombres, lleva a considerar que quien ejerza una existencia llena de sacrificios, privaciones y suplicios en favor del otro se convertirá en un ser bueno, en sentido opuesto a quien sin tener obligación con el otro, ejecuta su voluntad de poder para satisfacer enteramente su placer a cada momento.

?Han sido los judíos los que, con una consecuencia lógica aterradora, se han atrevido a invertir la identificación aristocrática de los valores (bueno=noble=poderoso=bello=feliz=amado de Dios) y han mantenido con los dientes del odio más abismal (el odio de la impotencia) esa inversión, a saber, ?¡los miserables son los buenos; los pobres, los impotentes, los bajos, los únicos buenos; los que sufren, los indigentes, los enfermos, los deformes son también los únicos piadosos, los únicos benditos de Dios, únicamente para ellos existe la bienaventuranza,-en cambio vosotros, vosotros los nobles y violentos, vosotros sois, por toda eternidad los malvados, los crueles, los lascivos, los insaciables, los ateos, y vosotros seréis también eternamente los desventurados, los malditos y condenados?? .

Si observamos con detenimiento el uso y desarrollo de los conceptos de bueno y malo encontraremos elementos interesantes que se relacionan directamente con el quehacer del lenguaje y con las prácticas institucionalizadas que va a emplear la iglesia cristiana para imponer un orden social que va tener sus repercusiones en el proceso de la civilización.

Nietzche señaló dos épocas diferentes en las que en cada una emerge la posibilidad de construir significativamente la realidad. En la primera de ellas, la semiosis social se genera por la narración de que una voluntad autónoma, llena de sagacidad, que afronta los peligros y se sobrepone a la incertidumbre de la vida, se considera como buena, esta noción pertenece a la sociedad de guerreros que se formaliza como la clase dirigente.

Cuando el discurso y el poder se modifica en función de principios ideológicos y psicológicos, cambia el nivel sistémico de las relaciones entre los individuos, esto ocurre cuando la casta clerical nace y se legitima como poseedora de los bienes de la verdad, a partir de ella, lo que antes era malo se convierte en bueno y lo bueno se convierte en malvado.

Debemos reconocer que ambas perpectivas mantuvieron una lucha por la definición del mundo occidental, y quien finalmente logro mantenerse como modelo mediador para la organización mental y social de los individuos es sin duda el cristianismo, que conjuntamente con el desarrollo del estado nación serán las dos acepciones máximas del mundo moderno civilizado.

Por ello lo que se ha llamando ruta civilizatoria resulta ser el triunfo del modelo judeo-cristiano contra todas las demás formas de convivencia humana.
El análisis que lleva a cabo Norbert Elías , nos puede llevar a esclarecer cómo es que el cristianismo se ha apropiado instrumentalmente del llamado proceso de la civilización para reducirlo y subordinarlo jerárquicamente a la ampliación de una sola moral y a la propagación del sentimiento de culpa.

Para este autor el concepto de civilización está referido a la identidad psicogenética y sociogenética que da cuerpo simbólico y material a occidente, es decir, a todos aquellos ?logros? técnicos, de conocimiento, comportamientos, actitudes y concepciones del mundo, de los cuales no solamente cree tener ventaja sobre lo más primitivo, sino que se siente orgulloso de poseerlo. Ambos aspectos son necesariamente lo que definen su peculiaridad. La pregunta que aparece después de revisar lo anterior es: ¿cómo es posible que nosotros occidentales hayamos podido empeñar nuestros esfuerzos en conseguir llegar al nivel que tiene la sociedad actual?

La respuesta que nos da Elías, es que la civilización occidental es el resultado de un proceso de largo aliento que ha posibilitado la transformación de las conductas, los sentimientos y los hábitos de vida de los individuos y de sus sociedades. Sobre este aspecto debemos de resolver dos problemas. El primero se refiere a comprender la manera en cómo se modificaron las conducta ?menos? civilizadas a ?más? civilizadas. El segundo nos remite a cómo se relaciona esto con la moral cristiana y el concepto de civilización.

Para la cuestión inicial debemos explicar que el proceso de civilización no es algo que el hombre haya decidido en forma premeditada, con propósitos y metas adecuadamente planificadas y con un patrón continuo, tampoco es una
situación arbitraria, caótica y sin dirección. En palabras del mismo autor ?los planes y las acciones, los movimientos emocionales o racionales de los hombres aislados se entrecruzan de modo continuo en relaciones de amistad o enemistad.

Esta interrelación fundamental de los planes y acciones de los hombres aislados pueden ocasionar cambios y configuraciones que nadie ha planeado o creado. De esta interdependencia de los seres humanos se deriva un orden de un tipo muy concreto, un orden que es más fuerte y más coercitivo que la voluntad y la razón de los individuos aislados que lo constituyen? .

A través de esta definición evidenciamos que la interacciones sociales actúan como procesos unificasteis para vincular a los hombres y hacer posibles sus niveles de convivencia y de adaptabilidad al medio.

Antes de la Edad Media, las personas tenían poco contacto entre ellas, por esta misma razón sus vidas se estructuraban en función de un tiempo/espacio relativamente pequeño, cada comunidad era poco visible y conocida, si algún miembro de ella tenía que salir de su terreno se enfrentaba al riesgo de tener que defenderse a sí mismo y a sus posesiones de algún guerrero o bandolero que quisiera apoderarse de ellas (aquí ubicamos la descripción de Nietzche del tipo de sociedad en donde la definición de bondad era por la autonomía en los actos).

En este sentido se podía dar rienda suelta a las pasiones consiguiendo a veces efectos devastadores en los otros, sin que hubiera un agente que pudiera contener los instintos.

Con el transcurrir de los siglos la estructura de las relaciones humanas se intensifica, a tal grado, que para los actos cotidianos de la sociedad se hace indispensable la dependencia y la colaboración mutua entre individuos.

Este movimiento colectivo de acciones, emociones y tecnología produce una enorme y compleja red de actividades que obliga a los hombres a desarrollar funciones cada vez más distintas que puedan cumplir y satisfacer este conjunto interrelacionado. Precisamente el que se logren ciertas dimensiones de estabilidad en un entramado social altamente especializado y diferenciado dependerá de que los comportamientos humanos puedan desarrollar en todo momento y lugar formas de autocontrol y de suspensión anímica de sus pulsiones. Aquí se ubica la naturaleza del proceso civilizatorio en la capacidad de transformar el comportamiento, de formas ?toscas?, ?rudas?, ?peligrosas? y ?crueles? (como lo que mencionábamos en la situación que prevalecía en la sociedad premedieval), a maneras que permitan relaciones armónicas, sin el ejercicio individual y arbitrario de la violencia física y psicológica. Esto supone que en una sociedad civilizada existe una figura simbólica que ha podido concentrar todas las interdependencias para colocar un orden jerárquico, organizativo y monopólico sobre los demás actores para asegurar el control social. Dicha estructura de coacción la ubicamos en la constitución del estado absoluto .

Es decir, lo humano comienza su camino civilizatorio actuando y valorando que existe una estructura social que está por encima de él, y que por está razón debe fincar sus responsabilidades, afectos y sentimientos, en función de no transgredir esos ordenamientos superiores. Esto es sin duda uno de los fundamentos esenciales de la visión cristiana. Pues la base de su poder está en la iglesia que agrupa alrededor de ella a un ?pueblo de fieles? que llegan a someterse gracias a una supuesta revelación divina que se cristaliza en el cuerpo y las acciones de Cristo. Con el Renacimiento el cristianismo no desaparece sólo
amolda y matiza su discurso en función de un ideal secular, ahora la unidad no está en lo eclesiástico, sino en el cuerpo político del estado y la creencia no se ubica en Dios. como protector, sino en el derecho como figura rectora de la conducta humana .

Precisamente este último aspecto sobre la vigilancia del comportamiento en los individuos, va ser uno de los aspectos imprescindibles que se necesiten para el camino civilizatorio de occidente, dónde, tanto la divinidad como el estado serán dos piezas institucionales relevantes en la creación y fundación de este orden.

Para poder ilustrar lo dicho con anterioridad, recordemos que el intercambio creciente de acciones y comunicaciones que se fueron dando paulatinamente en los seres humanos, produjo mayores vínculos entre ellos, o cual se tradujo en necesarias relaciones de dependencia. Para conservar este tipo de organización se hizo indispensable no sólo que hubiera roles distintos, sino que estos se cumplieran. En este sentido la conducta individual tenía que abandonar su naturaleza instintiva y recrearse en favor de una voluntad general.

Para ello se desarrollaron mecanismos de coacción, representados por formas legales, morales y de costumbre, quienes al establecerse como limitaciones externas a los ánimos del comportamiento personal, fueron interiorizadas psíquicamente- como estructuras de autocontrol y autocoacción, que vigilaban el reino de la psique humana formando una rama de miedos y barreras que los especialistas le denominan super-yo. Dichos órganos de control son en términos generales El estado y la iglesia cristiana, ambos se convirtieron en institutos monopólicos estables, en lo que se va a alimentar y administrar los ejercicios de pensamiento, actividad y situación cotidiana.

??Cuanta más densa es la red de interdependencia en que está imbricado el individuo, con el aumento en la división de funciones, cuanto más extenso son los ámbitos humanos sobre los que se extiende esta red y que se constituyen en una unidad funcional o institucional con dicha red, tanto más amenazado socialmente está quien cede a sus emociones y pasiones espontáneas, mayor ventaja social tiene quien consigue dominar sus afectos y tanto más intensamente se educa a los individuos desde pequeños para que reflexionen sobre los resultados de sus acciones o de las aciones ajenas al final de una larga serie sucesiva de pasos? .

Esta estructura social que ya se encuentra mediada por principios organizacionales de disciplinamiento, aumenta y alimenta la posibilidad de mantener por mayor tiempo la capacidad de estar seguros al interior de la sociedad, eliminando los sobresaltos y la continua angustia que puede prevalecer en los hombres.

La abstención en la manera de expresar las emociones espontáneas y la rigidez conductual, van siendo no sólo la norma a cumplir, sino se vuelven requisitos fundamentales para la continuidad en las relaciones. Pues el hombre al presuponer que es lo que puede llegar a padecer y/o sufrir si pasa por alto estos ordenamientos genera en su conciencia una angustia y un temor que lo obligan a restringir lo socialmente prohibido, desarrollando un ajuste a lo que si se permitido. Esta serie de principios que van articulando los fundamentos propios de la civilización, van constituyéndose a la larga en preceptos y valores morales que van a tomar como elemento básico el concepto de ?deber y devoción a los demás?. Esto implica necesariamente que las relaciones humanas tendrán que ejercerce dentro del plano de las obligaciones, en tanto todos los vínculos que se contraigan sean solidarios y de reciprocidad mutua.

Efectivamente para el desarrollo y consolidación de la civilización moderna, es indispensable que los hombres dejen a un lado el ejercicio de su autoafirmación, y/o suplanten por el respeto y la obediencia a una estructura institucional que se ha conformado para la ?protección? y la ?salvaguarda? de sus intereses, esto implica adoptar nuevos valores que enseñen a los individuos a trabajar por el ?bien común?, sacrificando su propia individualidad, en aras de construir un proyecto colectivo y funcional, que posibilite que la unión social prosiga sin el temor a que un día pueda romperse. Si bien esta visión de la realidad se constituyó como un ideal secular de la modernidad, sus orígenes se remontan a la manera en cómo la casta sacerdotal modificó la representación, el significado y el uso de los conceptos morales ya descritos. Dicho cambio (según los supuestos de la iglesia cristiana), haría parecer a occidente como lo ?bueno? y a otras formas humanas de organización que estuvieran fuera de los fundamentos de nuestra civilización como lo ?malo?, en realidad esta afirmación resulta cuestionable pues no se puede calificar a través de valores la manera en que una colectividad se ha desarrollado. Sin embargo el que el cristianismo utilice estas referencias para evaluar un tipos de agrupaciones sociales, obedece a una narrativa de corte ideológica que pretende estructurar desigualmente relaciones de poder con el fin de seguir teniendo presencia legítima en nuestro propio espacio.

Lo que si podemos decir, es que la inversión de los valores que realizó la cristiandad ha sido uno de los factores clave que consiente y/o inconscientemente han favorecido para organizar la vida y las acciones del mundo en que actualmente habitamos.

Queda por averiguar como uno de los productos resultantes de esa inversión de sentido, es decir el sentimiento de culpa, llega a generarse como un mecanismo de autocontrol muy importante para el proceso de la civilización.

III. El ejercicio de la ?culpa? como estructura de autocoacción en el
mundo civilizado

Uno de los elementos de orden ideológico que la religión cristiana produce y que lo incorpora al orden civilizatorio, es la noción de culpa. Nietzche ubica el germen de este sentimiento en la relación acreedor-deudor . Con este aspecto explicamos la segunda interrogante acerca del papel del cristianismo en la evolución progresiva de occidente.

Para este filósofo, en un inicio, esta relación no se encontraba fijada por argumentos morales de la obligación, pues si alguien no cumplía, el acreedor podía descargar toda su energía cruel sobre el contrayente, sin que socialmente fuera visto como un presagio de maldad.

Al contrario, su capacidad de violentar, de ver sufrir y/o de hacer sufrir , por parte del acreedor al deudor, eran formas por las que el primero podía resarcir los daños producidos, debido a que el sufrimiento ajeno se interpretaba como goce.

Con el tiempo y el desarrollo de aparatos reguladores de la sociedad, se ideó la necesidad de proteger al deudor de la furia personal del ofendido. Esto se hizo creando formas simbólicas que protegieran al deudor. Se creó la pena para controlar la ira del acreedor y la seguridad de quien no había cumplido.

Sin embargo, nuestro pensador germano indica algo interesante, acerca de cómo es que el vínculo acreedor-deudor despertó y que está íntimamente ligado a lo que dijimos del desarrollo de aparatos institucionales de orden:

?He utilizado la palabra ?Estado?: ya se entiende a quien me refiero -una horda cualquiera de rubios animales de presa, una raza de conquistadores y de señores organizados para la guerra, y dotados de la fuerza de organizar, coloca sin escrúpulos alguna de sus terribles zarpas sobre una población tal vez tremendamente superior en número, pero todavía informe, todavía erabunda. Así es como en efecto, se inicia en la tierra el ?Estado?? su obra es un instinto de crear formas? son artistas más involuntarios? en poco tiempo surge allí en donde ellos aparecen, algo nuevo una conciencia de dominio dotado de vida? Estos organizadores natos no saben lo que es la culpa, lo que es la responsabilidad? No es en ellos donde ha nacido ?la mala conciencia?? -pero esta fea planta no habría nacido sin ellos?? .

Aquí se une la explicación del autor de La Genealogía de la Moral, con el proceso de la civilización.

El estado es creador de las distinciones para hacer lo debido y perseguir lo que para ellos es perjudicial. El deudor en este caso es aquella conciencia negativa que por haber dejado que se estructura pulsional afectara al acreedor, tiene responder delante de la ley por la falta que cometió. A la par de estas formas legales, se ubica el otro poder de decisión, representado por la iglesia cristiana, quien ve al ?delincuente? como un sujeto aborrecible que debe (si quiere su salvación eterna), reprocharse a sí mismo por sus instintos. Y precisamente porque a nivel colectivo la animalidad individual es repudiada, el sujeto tiene que replegarla para no sentirse culpable, no sólo de que puede en un momento salir hacia el exterior e ?infectar? todo, sino por el hecho de que la posee.

Esta idea que engendra la mala conciencia aparece en los hombres al haber alcanzado mediante el proceso civilizatorio un estado social único, en el
cual emerge valores morales orientado al binomio obligación-responsabilidad, como expectativas y perspectivas que se tienen por ?buenas?, frente a los sentimientos contrarios que son los depositarios de lo ?malo?.

El estado y Dios son los portadores de la bondad, a ellos se deben los individuos, sobre todo a este último por dos cosas:

1. Porque el cristianismo ha establecido a Dios como potestad suprema, siendo poder universal que rige a los hombres, estos se sienten en deuda continua con el señor porque gracias a él se liberaron del pecado (que no es otra cosa que su voluntad de poder), para vivir en sociedad.
2. Porque Dios se sacrificó en la cruz por las ?imperfecciones? del espíritu humano?.

?Una deuda con Dios: este pensamiento se le convierte en instrumento de tortura. Capta en Dios las últimas antítesis que es capaz de encontrar para sus auténticos e insuprimibles instintos de animal, reinterpreta esos mismos instintos animales como deuda con Dios (como enemistad, rebelión, insurrección con el ?Señor?, el ?Padre?, el progenitor y el comienzo del mundo)? .

La represión continua de todo aquello que provoca goce y deseo mediante los instrumentos coacción ya conocidos, no sólo se ubican en el análisis social y filosófico sobre las características del occidente moderno, sino también tiene profundas repercusiones en las dimensiones psicológicas del individuo a saber.

Las tensiones psíquicas de las personas que se mueven dentro de los parámetros del tipo de sociedad que acabamos de describir son observados directamente en el desempeño de roles y pautas de comportamiento a seguir.

Estas manifestaciones pueden llegar a ser identificadas desde la etapa infantil mediante dos formas específicas de actuar, en una de ellas el niño, al saber los riesgos que acarrea la expresión continua de sus emociones, se protege de estos a través de temores que muchas de las ocasiones resultan ser inconscientes, no afectando la autoestima y la vida anímica del sujeto.

En otras situaciones la energía no se devuelve al interior, sino son sublimadas a través de conductas compulsivas estableciendo algún tipo de manía, filia y/o fobia.

En cualquiera de los casos indicados estos conflictos psíquicos son determinados y determinantes en las relaciones interhumanas y pueden ser el detonante para la constitución de hombres fuertes o débiles, de acuerdo a una interpretación que podemos hacer de esto con relación a Nietzche.

No ahondaremos más con respecto a las consecuencias que tiene para el individuo a nivel de su psique, el desarrollo del proceso civilizatorio. Pero si podemos decir dos cosas. La primera que uno de los elementos de la evolución afectiva del ser humano esta inscrito directamente en la manera en que existe un alto o bajo rendimiento de la conciencia de culpa en ellos y propiamente en sus acciones. Y la segunda que la dinámica de permanencia/cambio de las funciones y estructuras sociales, organizan y son organizadas por el conjunto de emociones y principios de los actores.

Hasta hace algunos años nuestras guías conductuales se configuraban por las jerarquías de la disciplina moderna.

Finalizaremos esta reflexión argumentado de manera muy general los vínculos de la culpa con la vergüenza en relación con el orden civilizatorio actual.

En el camino de su desarrollo emocional y social, el hombre esta enfrentado a dos caminos que son en última instancia contradictorios y paradójicos. En uno de ellos la persona puede esquivar sus responsabilidades, a cambio de favorecer su propio placer lo que equivale a la condena moral de los grupos que le rodean. Si se amolda a los estatutos de la socialidad, además de que esta protegido por las normas, él individuo sabe que si se deja dominar por su condición instintiva, pude llegar a eliminarse del prestigio y de la consideración de los demás, este miedo a la no aceptación puede identificarse como vergüenza.
El sentir vergüenza puede ser en los términos del cristianismo una forma de manifestar la culpa, pues el primer sentimiento aparece en los hombres como un miedo que se general al ver que sus actos pueden ser evaluados, juzgados y validados como adecuados o no por una entidad que se considera superior, y por ello temer a estar bajo las órdenes de este poder, y no sólo eso, sino el hecho de que por encontrarse en un medio civilizado, quien se siente avergonzado no puede responder violentamente a esta fuerza.

El que haya vergüenza es porque existe una figura que sanciona, no se debe a que ésta última sea superior en términos físicos, sino porque representa el modelo social normativo correcto que a nivel individual, el sujeto a introyectado como un super-yo, y por esto, no puede cometer actos con una rama moral, que representa el poder de la ?autoridad?, no sólo porque rompería la fragilidad del acuerdo social, sino porque al mismo tiempo se ?estaría fallando a sí mismo?, y esto implica tanto una vergüenza colectiva como una vergüenza personal.

?El conflicto que se manifiesta en la vergüenza no es sólo un conflicto del individuo con la opinión social predominante, sino un conflicto del comportamiento
del individuo con aquella parte de su yo que representa la opinión social? .

La narrativa cristiana opina que perder el prestigio social implica no sólo ser mal visto por la normatividad divina, sino sentirse mal consigo mismo por haber fallado aquella parte de él que supuestamente ha interiorizado como lo adecuado (que se ubica en el terreno de lo piadoso y lo complaciente versus, lo emocional y agresivo).

La vergüenza y la culpa como mecanismos de autocoacción han engendrado un camino psíquico muy peculiar entre los hombres de occidente, pues la inhibición instintiva en los últimos dos mil años ha producido en la época actual que muchas fuerzas que habían estado reprimidas lleguen en la actualidad a expandirse centrífugamente, y que muchas de nuestras pulsiones que no tuvieron un cauce natural en ese periodo de tiempo, lleguen a manifestarse en forma de perversiones que mantienen intranquilo al proceso civilizatorio. Debemos ver en esas conductas aberrantes no como expresiones de la voluntad de poder, sino al contrario, como manifestaciones de resentimiento, que responden a toda una época histórica en que nuestra sombra estuvo oculta en forma de comportamientos socialmente correctos.

Así después del camino de la civilización moderna, cabe preguntarse, ¿qué papel tiene el cristianismo en una sociedad que desintegra los controles?, y sobretodo ¿como podremos observar a nuestro Nietzche del siglo XIX, en el nuevo milenio que se avecina?

BIBLIOGRAFíA

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Thompson, John B. (1993), Ideología y cultura moderna, México, UAM-Xochimilco.

Por: Miguel Angel Maciel González
Licenciado en Comunicación y Maestro en Estudios Políticos y Sociales por la Universidad Nacional Autónoma de México.



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